ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Oración con María, madre del Señor

Recuerdo de san Ireneo (+202), obispo de Lyón y mártir. Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 28 de junio

Recuerdo de san Ireneo (+202), obispo de Lyón y mártir. Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Amós 3,1-8; 4,11-12

Escuchad esta palabra que dice Yahveh contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que yo hice subir del país de Egipto: Solamente a vosotros conocí
de todas las familias de la tierra;
por eso yo os visitaré
por todas vuestras culpas. Caminan acaso dos juntos,
sin haberse encontrado? ¿Ruge el león en la selva
sin que haya presa para él?
¿Lanza el leoncillo su voz desde su cubil,
si no ha atrapado algo? ¿Cae un pájaro a tierra en el lazo,
sin que haya una trampa para él?
¿Se alza del suelo el lazo
sin haber hecho presa? ¿Suena el cuerno en una ciudad
sin que el pueblo se estremezca?
¿Cae en una ciudad el infortunio
sin que Yahveh lo haya causado? No, no hace nada el Señor Yahveh
sin revelar su secreto
a sus siervos los profetas. Ruge el león,
¿quién no temerá?
Habla el Señor Yahveh,
¿quién no profetizará? Os he trastornado
como Dios trastornó a Sodoma y Gomorra,
habéis quedado como un tizón salvado de un incendio;
¡y no habéis vuelto a mí!,
oráculo de Yahveh. Por eso, así voy a hacer contigo, Israel,
y porque esto voy a hacerte,
prepárate, Israel, a afrontar a tu Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El problema recurrente en la relación entre Dios y su pueblo es que este traiciona continuamente el pacto que establecieron. Israel -cada vez que vive en la abundancia- olvida al Señor, venera a otros dioses y se deja arrastrar por la corrupción. El Señor, que siempre es más generoso que justo, envía cada vez a profetas para que Israel se convierta y vuelva a la alianza. Amós, a través de siete ejemplos, intenta ayudar a leer en profundidad la historia que ha vivido el pueblo y las señales que le han mostrado. La Palabra de Dios, comparable al rugido del león, es una fuerza espiritual que sale con ímpetu irrefrenable, provocando indefectiblemente el efecto para el que ha sido enviada. Dios eligió al pueblo de Israel para destinarlo a una misión, la misión de comunicar su amor hasta los confines de la tierra, porque quiere que se salven todos los pueblos. Por eso no es una alianza solo con un pueblo, el de Israel. Es para todos los pueblos, como dirán en varias ocasiones los profetas. La Iglesia, que guarda este sueño de Dios para el mundo, está llamada a construir hoy una fraternidad universal. Los que creemos en Jesús no vivimos para nosotros sino, precisamente, para comunicar el evangelio del amor a todos los pueblos. Ese es el objetivo de la Palabra que Dios confía también a nuestras manos. Cuando se nos dirige la Palabra de Dios, si la escuchamos de verdad, no podemos más que comunicarla también nosotros. Todos estamos llamados a ser profetas. Eso es lo que significa el anuncio final de Amós: "Esto voy a hacerte, prepárate, Israel, a afrontar a tu Dios". Si vamos a ser profetas del reino de Dios, preparémonos para escuchar su Palabra con fe.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.