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Oración de la Santa Cruz
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Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente recuerdan hoy el nacimiento de Juan el Bautista, el más grande "entre los nacidos de mujer", que preparó el camino al Señor. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 24 de junio

Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente recuerdan hoy el nacimiento de Juan el Bautista, el más grande "entre los nacidos de mujer", que preparó el camino al Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 15,3-7

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y la liturgia nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios a través de la simbología del "corazón" de su Hijo que se revela a nosotros como el buen pastor de su rebaño. Los profetas solían utilizar la imagen del pastor. Ya Ezequiel la había utilizado: "Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él... Reuniré [las ovejas perdidas] de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo" (Ez 34,11.13). El Evangelio de Lucas, como si quisiera continuar las palabras del profeta, reproduce las palabras de Jesús que se identifica con el buen pastor cuyo amor por sus ovejas es tan grande que está dispuesto a dar su propia vida por ellas. Como se dice en el Evangelio de Juan, las ama y las conoce una a una (Jn 10,3), no como una masa indistinta: conoce la voz, el nombre y la historia de cada una, sabe lo que necesita cada una, y deposita todo su afecto y su esperanza en cada una. No es un funcionario, ni un mercenario, sino un padre, un hermano, un amigo, un siervo de sus ovejas. En una sociedad como la nuestra cada vez más virtual, anónima e individualista, es fácil que te olviden y desaparezcas. El "corazón" de Jesús no olvida a nadie. Jesús nos recuerda que el pastor bueno deja a las noventa y nueve ovejas en el redil y sale a buscar a la perdida. Lo había anunciado Ezequiel: "Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada" (Ez 34,16). Jesús -pastor bueno de todos- no abandona a ninguna de sus ovejas a su destino; siempre las reúne, las protege. Y tal vez no una, sino muchas veces ha dejado a las noventa y nueve ovejas para venir a buscarnos, para cargarnos a hombros y devolvernos a su casa. Y para decirnos una vez más cuál es su mandamiento: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.