ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 21 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 19,9-11.14-21.31-35.36

porque había recibido esta noticia acerca de Tirhacá, rey de Kus: "Mira que ha salido a guerrear contra ti." Volvió a enviar mensajeros para decir a Ezequías: Así hablaréis a Ezequías, rey de Judá: No te engañe tu Dios en el que confías pensando: No será entregada Jerusalén en manos del rey de Asiria". Bien has oído lo que los reyes de Asiria han hecho a todos los países, entregándolos al anatema, ¡y tú te vas a librar! Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Luego subió a la Casa de Yahveh y Ezequías la desenrolló ante Yahveh. Hizo Ezequías esta plegaria ante Yahveh: "Yahveh, Dios de Israel, que estás sobre los Querubines, tú sólo eres Dios en todos los reinos de la tierra, tú el que has hecho los cielos y la tierra. ¡Tiende, Yahveh, tu oído y escucha; abre, Yahveh, tus ojos y mira! Oye las palabras con que Senaquerib ha enviado a insultar al Dios vivo. Es verdad, Yahveh, que los reyes de Asiria han exterminado las naciones y han entregado sus dioses al fuego, porque ellos no son dioses, sino hechuras de mano de hombre, de madera y de piedra, y por eso han sido aniquilados. Ahora pues, Yahveh, Dios nuestro, sálvanos de su mano, y sabrán todos los reinos de la tierra que sólo tú eres Dios, Yahveh." Isaías, hijo de Amós, envió a decir a Ezequías: "Así dice Yahveh, Dios de Israel: He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Esta es la palabra que Yahveh pronuncia contra él: Ella te desprecia, ella te hace burla,
la virgen hija de Sión.
Mueve la cabeza a tus espaldas,
la hija de Jerusalén. Pues saldrá un Resto de Jerusalén,
y supervivientes del monte Sión;
el celo de Yahveh Sebaot lo hará. Por eso, así dice Yahveh al rey de Asiria:
No entrará en esta ciudad.
No lanzará flechas en ella.
No le opondrá escudo,
ni alzará en contra de ella empalizada. Volverá por la ruta que ha traído.
No entrará en esta ciudad.
Palabra de Yahveh. Protegeré a esta ciudad para salvarla,
por quien soy y por mi siervo David." Aquella misma noche salió el Angel de Yahveh e hirió en el campamento asirio a 185.000 hombres; a la hora de despertarse, por la mañana, no había más que cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria, partió y, volviéndose, se quedó en Nínive.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de caer el reino del norte, la amenaza se dirige a Jerusalén. El rey asirio ordena que digan a Ezequías que no se fíe del Señor. Pero Ezequías lee la carta, sube inmediatamente al templo y reza desconsoladamente al Señor. No reza por él, sino por la ciudad, para que se salve su pueblo: "¡Inclina tu oído, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y mira!", para que no abandone a su pueblo en manos del rey de los asirios y de sus dioses, que son "hechuras de mano de hombre, de madera y de piedra". Y profesa su fe: "Solo tú eres el Señor Dios". Ezequías, sin descuidar las amenazas contra Jerusalén, no deja que su fe se venga abajo. Sabe que puede confiar en Dios y que en él está su fuerza. El rey recibe respuesta a su oración a través de la palabra del profeta Isaías, enviado por Dios, que lo tranquiliza: su oración ha llegado al cielo. La ciudad de Sion no solo se salvará de la destrucción sino que el Señor la preservará, "pues de Jerusalén saldrá un resto, los supervivientes, del monte Sion". Dios salva a la ciudad no por sí misma, sino por la misión que ha confiado al pueblo que la habita. Aquel pequeño "resto" es el pequeño grupo de fieles al Señor que Él ha elegido para comunicar al mundo entero su plan de salvación para todos. La salvación que el Señor nos da no es solo para nosotros, sino para todos. La intención de Dios de salvar a todos los pueblos de la tierra a través de la misión de su pueblo que sigue siendo un "pequeño resto" se mantiene firme. Y su misión es universal.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.