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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de mayo

En la basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 14,5-18

Como se alzasen judíos y gentiles con sus jefes para ultrajarles y apedrearles, al saberlo, huyeron a las ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe y sus alrededores. Y allí se pusieron a anunciar la Buena Nueva. Había allí, sentado, un hombre tullido de pies, cojo de nacimiento y que nunca había andado. Este escuchaba a Pablo que hablaba. Pablo fijó en él su mirada y viendo que tenía fe para ser curado, le dijo con fuerte voz: «Ponte derecho sobre tus pies.» Y él dio un salto y se puso a caminar. La gente, al ver lo que Pablo había hecho, empezó a gritar en licaonio: «Los dioses han bajado hasta nosotros en figura de hombres.» A Bernabé le llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque era quien dirigía la palabra. El sacerdote del templo de Zeus que hay a la entrada de la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas y a una con la gente se disponía a sacrificar. Al oírlo los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestidos y se lanzaron en medio de la gente gritando: «Amigos, ¿por qué hacéis esto? Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros, que os predicamos que abandonéis estas cosas vanas y os volváis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay, y que en las generaciones pasadas permitió que todas las naciones siguieran sus propios caminos; si bien no dejó de dar testimonio de sí mismo, derramando bienes, enviándoos desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, llenando vuestros corazones de sustento y alegría...» Con estas palabras pudieron impedir a duras penas que la gente les ofreciera un sacrificio.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo y Bernabé habían salido de la ciudad de Iconio para huir de la hostilidad de la población que quería lapidarles. Encontraron refugio en Listra, una aldea grande donde los habitantes eran todos paganos. Sin embargo, Pablo y Bernabé no renuncian a anunciar el Evangelio. Había un cojo de nacimiento que escuchaba su predicación. Pablo, siguiendo el ejemplo de Jesús, fija en aquel hombre su mirada y lee en lo profundo de su corazón una petición simple pero decisiva: el deseo de caminar. Enseguida el apóstol interrumpe la predicación, o mejor, la hace eficaz. Le dice a aquel hombre: "Ponte derecho sobre tus pies". Estas palabras dirigidas con decisión a aquel hombre debilitado entran en sus fibras y le hacen ponerse en pie. El cojo, observa Lucas, "se levantó de un salto y se puso a caminar". La predicación del Evangelio hace que las personas se levanten de sus parálisis, fortalece las piernas encogidas por el amor por uno mismo y vuelve a dar la dignidad de estar "sobre los pies" y de dejar de ser esclavos de los numerosos espíritus malignos de este mundo. Lo mismo había realizado Pedro con el cojo que sentado pedía limosna en la puerta del templo llamada "Hermosa", pero esto es también lo que pueden realizar los discípulos de cualquier época que confían en la fuerza de la palabra del Señor. A Gregorio Magno le gustaba decir: "¿Cuál es la raíz del justo sino la predicación? Es de esta de donde él nace y es en esta donde encuentra su sostén".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.