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Oración de los Apóstoles
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Oración de los Apóstoles

Recuerdo de la conversión de Pablo en el camino de Damasco. Recuerdo también de Ananías, que bautizó a Pablo, predicó el Evangelio y murió mártir. Hoy concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en Asia y Oceanía. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de los Apóstoles
Martes 25 de enero

Recuerdo de la conversión de Pablo en el camino de Damasco. Recuerdo también de Ananías, que bautizó a Pablo, predicó el Evangelio y murió mártir. Hoy concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en Asia y Oceanía.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 9,1-22

Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.» Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber. Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy, Señor.» Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista.» Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.» Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.» Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?» Pero Saulo se crecía y confundía a los judíos que vivían en Damasco demostrándoles que aquél era el Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con él, viviremos con él,
si perseveramos con él, con él reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La conversión de Pablo es uno de los episodios más conocidos del Nuevo Testamento. Para subrayar su importancia, Lucas, autor de los Hechos, cuenta tres veces cómo Pablo cambió su vida y se constituyó en testigo de Jesús resucitado. Lo que sucede por el camino de Damasco es un relato de vocación. Saulo, trastornado por lo que le está sucediendo, pregunta: "¿Quién eres, Señor?". "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" escucha como respuesta. "Yo soy": Las mismas palabras que escuchó Moisés. Jesús está vivo. Es el que vive y Pablo está como cegado por esta realidad. Necesita ser tomado de la mano y seguir lo que la voz de Jesús le había ordenado. La historia de Pablo nos habla de la fuerza extraordinaria del Evangelio que cambia el corazón y sigue cambiándolo, que no se resigna a lo que somos. Por eso la conversión de Pablo se refiere a todo creyente: si no abandonamos nuestro orgullo, descubriendo nuestra debilidad, difícilmente comprendemos lo que significa creer. Solo reconociendo nuestra pobreza es posible acoger la luz de la sabiduría del Evangelio. Pablo no se convierte solo, necesita una comunidad que lo acompañe, hermanos que lo acojan y lo ayuden. El libro de los Hechos narra siempre el temor inicial de Ananías y luego el estupor al sentir la noticia de la llegada de Pablo, que él consideraba uno de los enemigos jurados de la joven comunidad cristiana. Pero, conducido por el Espíritu, en cuanto ve a Saulo va a su encuentro y le dice: "Saúl, hermano". Para Ananías, Saúl ya no es un enemigo sino un hermano. La conversión no parte solo del corazón, sino también de nuestra forma de ver a los demás. Ananías mira con los ojos del espíritu al corazón de Pablo, y al perseguidor arrepentido le regresa la vista. También para él, los cristianos ahora son hermanos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.