ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 16 de enero

II del tiempo ordinario


Primera Lectura

Isaías 62,1-5

Por amor de Sión no he de callar,
por amor de Jerusalén no he de estar quedo,
hasta que salga como resplandor su justicia,
y su salvación brille como antorcha. Verán las naciones tu justicia,
todos los reyes tu gloria,
y te llamarán con un nombre nuevo
que la boca de Yahveh declarará. Serás corona de adorno en la mano de Yahveh,
y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás "Abandonada",
ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada",
sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia",
y a tu tierra, "Desposada".
Porque Yahveh se complacerá en ti,
y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella,
se casará contigo tu edificador,
y con gozo de esposo por su novia
se gozará por ti tu Dios.

Salmo responsorial

Salmo 95 (96)

¡Cantad a Yahveh un canto nuevo,
cantad a Yahveh, toda la tierra,

cantad a Yahveh, su nombre bendecid!
Anunciad su salvación día tras día,

contad su gloria a las naciones,
a todos los pueblos sus maravillas.

Que grande es Yahveh, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues nada son todos los dioses de los pueblos.
Mas Yahveh los cielos hizo;

gloria y majestad están ante él,
poder y fulgor en su santuario.

Rendid a Yahveh, familias de los pueblos,
rendid a Yahveh gloria y poder,

rendid a Yahveh la gloria de su nombre.
Traed ofrendas y en sus atrios entrad,

postraos ante Yahveh en esplendor sagrado,
¡tiemble ante su faz la tierra entera!

"Decid entre las gentes: ""¡Yahveh es rey!""
El orbe está seguro, no vacila;
él gobierna a los pueblos rectamente."

¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra,
retumbe el mar y cuanto encierra;

exulte el campo y cuanto en él existe,
griten de júbilo todos los árboles del bosque,

ante la faz de Yahveh, pues viene él,
viene, sí, a juzgar la tierra!
El juzgará al orbe con justicia,
a los pueblos con su lealtad.

Segunda Lectura

Primera Corintios 12,4-11

Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 2,1-12

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El evangelista Juan sitúa el pasaje evangélico de las bodas de Caná al inicio de su Evangelio. Al igual que Marcos, no narra ningún episodio de la infancia de Jesús. Inmediatamente después del himno del misterio de la encarnación, abre el misterio de la misión pública de Jesús con las bodas de Caná. Y realiza el primero de los signos. Se podría decir que este signo sintetiza toda la misión de Jesús. En el lenguaje simbólico del evangelista, la precisión temporal "tres días después" evoca tanto el "tercer día" de la manifestación de Dios a Moisés en el Sinaí como el día de la resurrección de Jesús, que ocurrió precisamente "tres días" después de su muerte. Juan indica la fuerza de la resurrección que transforma la condición de los creyentes como se manifiesta en el cambio del agua en vino. La liturgia de hoy comenta este cambio de la condición de los creyentes recordándonos las palabras del profeta Isaías que muestran al pueblo de Dios como una esposa que el Señor mismo ha venido a rescatar.
El milagro de Caná muestra a la familia de Dios reunida por el Señor para cambiar el mundo, para transformarlo. Como Jesús transforma el agua en vino, así la soledad se convierte en comunión, la tristeza en alegría y la muerte en vida. Está llena de significado la presencia de esa singular primera comunidad alrededor de Jesús: su Madre y los primeros discípulos. La Madre de Jesús se encuentra ya en Caná, antes de que lleguen los discípulos, como queriendo decir que ella, imagen de la Iglesia, ha llegado la primera, antes que nosotros. María sentía como suya aquella fiesta, la vivía con la pasión de quien quiere que todos estén bien y sean felices. Es el amor materno de la Iglesia: un amor que nos rodea, que se preocupa, que está atento incluso cuando estamos distraídos o preocupados solo por nosotros mismos. Esta notación evangélica nos muestra la calidad del amor materno de la Iglesia que nos envuelve, que nos protege, que nos preserva de los fracasos y que se vuelve audaz para ayudarnos. Es ella, mucho antes que nosotros y a veces incluso sin nosotros, la que va donde Jesús, y, utilizando su autoridad materna, intercede: "No tienen vino". Poquísimas palabras, pero dirigidas al Hijo con la fe de madre que parecen más fuertes que la enigmática respuesta del Hijo: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora". Sin embargo, la Madre no parece hacer caso de esa respuesta. Está segura de ser atendida. Podríamos asemejar esta audacia de la Madre de Jesús con la oración común de la comunidad cristiana. Una oración que la Iglesia hace por sus hijos, para que no les falte nunca el vino ni a nosotros ni al mundo. Esa Madre sigue estando delante del Señor para que nosotros cambiemos, para que el mundo cambie. Pero se dirige también a nosotros. Después de haber dirigido la oración al Hijo, se dirige a los siervos y les dice: "haced lo que él os diga". Es el camino simple de la escucha y la obediencia. Es Jesús quien realiza el milagro, pero necesita siervos que escuchen a esa Madre y que obedezcan al Evangelio. Así Jesús dio comienzo a sus milagros en Caná de Galilea. Es necesario que se siga realizando el milagro del cambio de los corazones y del mundo. Dejémonos guiar por esta Madre que antes que nosotros ve y comprende, y pongamos en práctica las palabras evangélicas que se nos siguen dirigiendo. Y el milagro de Caná seguirá cumpliéndose también hoy.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.