ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III de Adviento
Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastevere, en Roma, que murió en una residencia en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 12 de diciembre

III de Adviento
Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Recuerdo de Filomena, anciana de Trastevere, en Roma, que murió en una residencia en 1976. Junto a ella recordamos a todos los ancianos, en especial a los que están solos y viven en asilos.


Primera Lectura

Sofonías 3,14-17

¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión,
lanza clamores, Israel,
alégrate y exulta de todo corazón,
hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti,
ha alejado a tu enemigo.
¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti,
no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén:
¡No tengas miedo, Sión,
no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti,
¡un poderoso salvador!
El exulta de gozo por ti,
te renueva por su amor;
danza por ti con gritos de júbilo,

Salmo responsorial

Isaías 12, 2-6

He aquí a Dios mi Salvador:
estoy seguro y sin miedo,
pues Yahveh es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación,

Sacaréis agua con gozo
de los hontanares de salvación.

y diréis aquel día: Dad gracias a Yahveh,
aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas,
pregonad que es sublime su nombre.

Cantad a Yahveh, porque ha hecho algo sublime,
que es digno de saberse en toda la tierra.

Dad gritos de gozo y de júbilo,
moradores de Sión,
que grande es en medio de ti el Santo de Israel.

Segunda Lectura

Filipenses 4,4-7

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 3,10-18

La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.» Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.» Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Este tercer Domingo de Adviento nos lleva a orillas del Jordán junto al Bautista que predica la "Buena Nueva". Y, junto a la multitud que se agolpa alrededor del profeta, también nosotros le preguntamos: "¿Qué tenemos que hacer?". Es la misma pregunta que hizo la multitud de Pentecostés después de haber escuchado la predicación de Pedro. Sí, necesitamos dejar que la predicación de la Palabra de Dios toque nuestro corazón para poder preguntar cuál es el camino del cambio para nosotros: "¿Qué tenemos que hacer?". Podríamos decir que es la pregunta de este Adviento. Reconozcamos nuestros límites, nuestras cerrazones. Muchas veces estamos saciados de nosotros mismos, de nuestras costumbres, de nuestro orgullo, y pensamos que hemos hecho lo que podíamos hacer. Y, por tanto, que no podemos ir más allá. En realidad, con esta actitud resignada cerramos la puerta de nuestro corazón.
La respuesta del Bautista está hecha de palabras simples y concretas: A los que acudían a él les decía: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo". Es también una respuesta clara, que pide interrogarnos sobre cómo dar de comer a quien no tiene, y cómo vestir a quien no tiene con qué vestirse. Por lo demás, ¿cómo podemos permanecer tranquilos cuando tantos en el mundo ni se visten ni comen? Es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo en el que la pobreza de muchos ha crecido también a causa de la pandemia. Los creyentes están llamados a dilatar aún más el corazón a la caridad, a hacer aún más espacio a los pobres y a los débiles para que "ninguno de los pequeños se pierda".
A los publicanos que se acercaban y preguntaban qué hacer les respondía: "No exijáis más de lo que os está fijado", es decir, no sigáis la voracidad de los instintos y no os dejéis subyugar por la búsqueda de vuestras necesidades, por verdaderas o falsas que sean. De hecho, es fácil que la cotidianeidad de la vida haga que nos olvidemos de estas palabras llevándonos a vivir con avidez. Juan pide que seamos serios, honestos y leales. Y exhorta a los soldados a renunciar a la violencia, a no hacer mal a los demás. Y con sencillez añade: "No hagáis extorsión a nadie... y contentaos". Es un llamamiento a un comportamiento dulce y humano con relación a los demás, independientemente de quiénes sean y de cuál sea su oficio. Un llamamiento oportuno en una sociedad, como la nuestra, donde es fácil tratar mal. Y después pide contentarse: no es una invitación a resignarse, sino más bien un llamamiento al límite, a la sabiduría de no correr detrás de nuestros deseos y satisfacciones consumiéndolos uno tras otro.
La predicación de Juan invita a mirar este horizonte global. Juan sabía que no era el Mesías y lo decía claramente: "está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". Pero también era consciente de su responsabilidad de ser una "voz" que grita. Y honró esta responsabilidad hasta el martirio. Como el Bautista, seamos también nosotros conscientes de lo poco que somos, pero seamos conscientes también de la responsabilidad de anunciar a todos la "buena noticia" del reino de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.