ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 10 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 48,17-19

Así dice Yahveh, tu redentor,
el Santo de Israel.
Yo, Yahveh, tu Dios,
te instruyo en lo que es provechoso
y te marco el camino por donde debes ir. ¡Si hubieras atendido a mis mandatos,
tu dicha habría sido como un río
y tu victoria como las olas del mar! ¡Tu raza sería como la arena
los salidos de ti como sus granos!
¡Nunca habría sido arrancado ni borrado
de mi presencia su nombre!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta recuerda al pueblo, presa fácil de la tentación de alejarse del Señor para buscar otros caminos, que es Dios quien les guía por el camino de la salvación: "Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir". Solo Dios es el Señor de nuestra vida. La sordera a la Palabra de Dios conduce a una vida triste e injusta. Cuando nos fiamos solo de nosotros mismos y de nuestras convicciones, vemos las derivas amargas de la vida. El Señor mismo nos recuerda en esta página bíblica que si hubiéramos observado sus mandamientos "tu dicha habría sido como un río y tu victoria como las olas del mar". Desgraciadamente, los primeros en experimentar las injusticias provocadas por una mentalidad egoísta son los más débiles, los pobres, que pagan el precio de ser descartados y abandonados en los márgenes de la vida. El profeta pide levantar la mirada de nosotros mismos para darnos cuenta del Señor y de su gran amor por nosotros. Dios está cerca de su pueblo, lo acompaña y pide ser reconocido y amado. Necesitamos volver a escuchar la Palabra de Dios y reconocer su presencia dentro de nuestros días, en la vida de nuestras comunidades, en las vicisitudes de la sociedad, y dejar que sea el Señor quien guíe nuestros pasos por el camino del amor y de la paz. "Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir" (v. 17). La fidelidad en la escucha de su Palabra, que en este tiempo de Adviento se nos dirige con especial abundancia, es una bendición para nuestra vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.