ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias

Oración de la Vigilia

Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Repartió sus bienes entre los pobres y entró en la Laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos de Siria. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 4 de diciembre

Recuerdo de san Juan Damasceno, Padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII. Repartió sus bienes entre los pobres y entró en la Laura de San Saba, cerca de Jerusalén. Oración por los cristianos de Siria.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 30,19-21.23-26

Sí, pueblo de Sión que habitas en Jerusalén,
no llorarás ya más;
de cierto tendrá piedad de ti,
cuando oiga tu clamor;
en cuanto lo oyere, te responderá. Os dará el Señor pan de asedio y aguas de opresión,
y después no será ya ocultado el que te enseña;
con tus ojos verás al que te enseña, y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras:
"Ese es el camino, id por él",
ya sea a la derecha, ya a la izquierda. El dará lluvia a tu sementera con que hayas sembrado el suelo,
y la tierra te producirá pan que será pingüe y
sustancioso.
Pacerán tus ganados aquel día en pastizal dilatado; los bueyes y asnos que trabajan el suelo comerán forraje salado,
cribado con bieldo y con criba. Habrá sobre todo monte alto y sobre todo cerro elevado
manantiales que den aguas perennes, el día de la gran
matanza,
cuando caigan las fortalezas. Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano,
y la luz del sol meridiano será siete veces mayor
- con luz de siete días -
el día que vende Yahveh la herida de su pueblo
y cure la contusión de su golpe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta quiere asegurar a los habitantes de Jerusalén que el tiempo de luto acabará pronto. Si pensamos en el tiempo de la pandemia que ha marcado de forma tan dramática el mundo entero, podemos comprender la fuerza de estas palabras de Isaías. Y la espera de la Navidad nos confirma en la fuerza de las palabras que hemos leído. El profeta parece sugerir que la venida del auxilio de Dios y de su obra de salvación depende también de la oración del pueblo: "cuando oiga tu clamor; en cuanto lo oyere, [el Señor] te responderá". El Señor no es sordo a la oración de su pueblo. Está siempre atento a su grito desde cuando el pueblo de Israel era esclavo en Egipto: "con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras: "Ese es el camino, id por él, ya sea a la derecha, ya a la izquierda"". La escucha continuada de la Palabra de Dios es la garantía para los creyentes de recorrer dentro de la historia de los hombres el camino sabio que lleva a una nueva fertilidad del país: la lluvia cae en el tiempo justo, de forma que el trigo crece vigoroso y los animales pastan tranquilamente en un "pastizal dilatado". La condición indispensable para que esto se realice consiste en abrir el corazón a la escucha de la Palabra de Dios. La conclusión del pasaje, con el tono apocalíptico de la convulsión del sol y de la luna, indica la fatiga que el pueblo de Dios vive estando dentro de la historia de los hombres. Y cada vertiente de la historia experimenta el final de un mundo y el inicio de uno nuevo. Y en este pasaje es donde los creyentes están llamados a escuchar la voz del Señor y a identificar para ellos mismos y para los demás el "camino" a recorrer. El Señor, que conoce la fatiga de nuestra vida, los miedos y los extravíos ante el mal y la violencia, viene a la historia de los hombres como el buen samaritano: se conmueve por este mundo nuestro herido y lo socorre para curarlo. Y nos pide también a nosotros que le acompañemos en esta obra de misericordia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.