ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias

Oración con los santos

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz. Recuerdo de Dominique Green, joven afroamericano ajusticiado en 2004. Oración por los condenados a muerte y por la abolición de la pena capital. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 27 de octubre

Recuerdo del histórico encuentro de Asís (1986) en el que Juan Pablo II invitó a representantes de todas las confesiones cristianas y de las grandes religiones mundiales a rezar por la paz. Recuerdo de Dominique Green, joven afroamericano ajusticiado en 2004. Oración por los condenados a muerte y por la abolición de la pena capital.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 13,22-30

Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: "¡Señor, ábrenos!" Y os responderá: "No sé de dónde sois." Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas"; y os volverá a decir: "No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!" «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. «Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús camina entre los hombres mirando a quien se encuentra, escuchando a quien lo llama, consolando, curando, exhortando y anunciando la inminencia del Reino de Dios. La meta es Jerusalén. Y va no por motivos personales: va a morir para salvar a todo el mundo. En ese contexto adquiere una significación especial la pregunta que hace uno sobre el número de los que se salvan. Era evidente que de ese modo se ponía en duda que todo el pueblo de Israel se fuera a salvar. En un apócrifo judío, por ejemplo, leemos: "El Altísimo ha hecho este siglo para muchos, pero el futuro para pocos" (IV libro de Esdras). Jesús propone una perspectiva distinta: nadie entra en el reino de Dios solo porque pertenece al pueblo de Israel, o a un país, o a una etnia, o a una cultura, etc. Lo que salva es la fe. Y la salvación es para quien pide adherirse al Reino de Dios. Sobre esto será el juicio. Aquel día no servirá de nada aducir derechos de pertenencia étnica o religiosa. El criterio de la salvación para por adherirse al Evangelio del amor. Jesús también añade que "vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios". Lo que importa es decidir seguir al Señor, ahora, antes de que sea demasiado tarde. Ese es el significado de la imagen de la puerta estrecha: ante la predicación del Evangelio no tenemos que aplazar la decisión de escuchar, no tenemos que dilatar el momento de decidir. Si rechazamos el Evangelio es como si llegáramos a la casa de la que habla el pasaje evangélico cuando el señor de la casa ya ha cerrado la puerta. El que se queda fuera, el que no escucha, queda a merced del príncipe del mal y sentirá el aguijonazo del frío de la tristeza y la amargura de la soledad. La afirmación de Jesús sobre aquellos "últimos" que serán primeros -el texto se refiere a los paganos- destaca la "primacía" de escuchar: quien acoge el Evangelio en su corazón y lo pone en práctica se convierte en el primero en el reino de los Cielos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.