ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 24 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,18-22

Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.» Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.» Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús pregunta a los discípulos qué piensa la gente de él. Como en un diálogo de oración, los discípulos le refieren lo que solía decir la gente, que es lo mismo que había oído también Herodes. En realidad, Jesús quería saber más bien qué pensaban de él ellos, que ya hacía tiempo que estaban a su lado. Jesús consideraba a aquel grupo como su familia, como los que hacían realidad concretamente su predicación. Por eso quería conocer su corazón, qué pensaban realmente de Él. Pedro, en nombre de todos, contesta: "El Cristo de Dios". Es una profesión solemne. Y más clara si cabe que la que encontramos en el pasaje paralelo de Marcos, pues a la palabra "Mesías" aquí se le añade "de Dios". Realmente Pedro es el primero, aquel que en nombre de todos profesa la verdadera fe. Él es nuestro modelo para que cada uno de nosotros responda con las mismas palabras a la pregunta que Jesús continúa haciéndonos: "Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?". Es el mismo Jesús, el que pide a nuestra mente y a nuestro corazón que lo comprendan y lo amen como el Salvador, como aquel que nos libra también a nosotros del pecado y de la muerte. Jesús no impone a los discípulos el secreto sobre su persona para esconderse. Más bien no quiere que se distorsione su misión llevándola por derroteros mundanos y falsos. La dificultad por comprender profundamente su misión emerge inmediatamente cuando añade cuál será la suerte que le espera en Jerusalén. El mensaje de Jesús es claro: para llegar a la resurrección hay que pasar por la cruz. Ese es el misterio de la vida de Jesús, de la Iglesia y de los discípulos de todos los tiempos. La victoria del bien sobre el mal pasa siempre por el camino de la cruz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.