ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 4 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 15,21-28

Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.» Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.» Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» El respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús entró en territorio pagano. Cruzar aquella frontera dice mucho de la visión universal del Evangelio: desde el inicio atraviesa fronteras. No hay duda de que aquella mujer había oído hablar bien de Jesús y no quiere dejar pasar la oportunidad de invocar ayuda para su hija "endemoniada". Al principio Jesús no le responde. El evangelista destaca explícitamente que "él no le respondió palabra". Ella, a pesar de este silencio de Jesús, no desiste. Será el mismo Jesús, quien dirá a los discípulos que perseveren en la oración, sin desfallecer. Eso es lo que hace ahora aquella mujer. Y se dirige también a los discípulos para que intercedan por ella. Los discípulos -aquí se destaca la importancia de la intercesión de los creyentes para los necesitados, como aquella mujer- le dicen a Jesús: "Despídela". La respuesta que Jesús da a los discípulos parece dura. Aquella mujer, que no estaba en absoluto resignada, no desiste. Cuando llega donde Jesús, se postra ante él y grita solo dos palabras: "¡Señor, socórreme!". Jesús le dice: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos". Aquella mujer escucha, pero dialoga con Jesús. No sabe que en la tradición bíblica el apelativo "perros" hace referencia a los adversarios, a los pecadores y a los pueblos paganos idólatras. Tomando al pie de la letra las palabras de Jesús, aquella mujer pagana osa resistir a Jesús; en un cierto modo entabla una lucha con él. La oración es también lucha. Se podría decir que su confianza en aquel profeta es más grande que la resistencia del mismo profeta. Y por eso Jesús responde finalmente con una expresión inusitada en los evangelios: esta es una fe "grande", y no "pequeña". Ante una fe como esta ni siquiera Dios puede resistirse.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.