ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 3 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 14,22-36

Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús pide a los discípulos que suban a la barca y que vayan delante de él a la otra orilla, mientras él despide a la gente. Al final, después de que todos (muchedumbre y discípulos) se hayan alejado, Jesús, solo, sube al monte a orar. Jesús tiene como una imperiosa necesidad de estar con el Padre que está en el cielo. Es una enseñanza fundamental también para nosotros: encontrar un momento durante el día para vivir aquella relación inmediata y directa con el Señor. Toda la acción de Jesús, y también la nuestra, surge de la comunión con el Padre. La fe es la sustancia de este lazo. La barca está atravesando el lago cuando se desata una tormenta. El evangelista destaca que es de noche. Y la noche, todas las noches, están siempre llenas de miedo. Pero se acerca el alba. Y también Jesús se acerca. Los discípulos lo ven caminando por encima del agua. Pero no lo reconocen. El miedo confunde las ideas y la mirada: piensan que es un fantasma. Y el primero en hablar es Jesús: "¡Tranquilos!, soy yo. No temáis". Pedro, sigue dudando y le pide a Jesús que le ordene ir hasta él. Y Jesús le dice: "¡Ven!". El apóstol reconoce la voz, oye aquella invitación y le resulta familiar: es la misma que oyó la primera vez a orillas de aquel mismo lago. Y al igual que entonces, deja de inmediato la barca y va hacia Jesús. También él camina sobre las aguas. La respuesta confiada e inmediata al llamamiento del Señor permite hacer siempre milagros. Pero el viento arrecia y Pedro vuelve a tener miedo y empieza a hundirse. Entonces, fruto de la desesperación, sale de su boca una oración: "¡Señor, sálvame!". Jesús lo toma inmediatamente de la mano. Y Pedro se salva. Aquel grito es el origen de la oración, una oración sencilla que Pedro nos da. "¿Por qué dudaste?", le dice con ternura Jesús. Más que un reproche es una exhortación a confiar aún más. Sí, lo que necesitamos cada uno de nosotros no es la valentía de sentirnos fuertes, sino la humildad de confiar en Jesús, que no nos deja solo y nos salva cuando estamos en medio del peligro. El Señor continúa tomándonos de la mano y subiendo con nosotros a la barca para continuar nuestro camino en el mar de la vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.