ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XVII del tiempo ordinario
Festividad del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufrió el martirio. Su cuerpo se venera en Santiago de Compostela.
Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 25 de julio

XVII del tiempo ordinario
Festividad del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo. Fue el primero de los Doce que sufrió el martirio. Su cuerpo se venera en Santiago de Compostela.
Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores.


Primera Lectura

2Reyes 4,42-44

Vino un hombre de Baal Salisa y llevó al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga; y dijo Eliseo: "Dáselo a la gente para que coman." Su servidor dijo: "¿Cómo voy a dar esto a cien hombres?" Él dijo: "Dáselo a la gente para que coman, porque así dice Yahveh: Comerán y sobrará." Se lo dio, comieron y dejaron de sobra, según la palabra de Yahveh.

Salmo responsorial

Salmo 144 (145)

Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío,
y bendigo tu nombre para siempre jamás;

todos los días te bendeciré,
por siempre jamás alabaré tu nombre;

grande es Yahveh y muy digno de alabanza,
insondable su grandeza.

Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus proezas.

El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas, yo recitaré.

Del poder de tus portentos se hablará,
y yo tus grandezas contaré;

se hará memoria de tu inmensa bondad,
se aclamará tu justicia.

Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y grande en amor;

bueno es Yahveh para con todos,
y sus ternuras sobre todas sus obras.

Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras
y tus amigos te bendecirán;

dirán la gloria de tu reino,
de tus proezas hablarán,

para mostrar a los hijos de Adán tus proezas,
el esplendor y la gloria de tu reino.

Tu reino, un reino por los siglos todos,
tu dominio, por todas las edades.
(Nun.) Yahveh es fiel en todas sus palabras,
en todas sus obras amoroso;

Yahveh sostiene a todos los que caen,
a todos los encorvados endereza.

Los ojos de todos fijos en ti, esperan
que les des a su tiempo el alimento;

abres la mano tú
y sacias a todo viviente a su placer.

Yahveh es justo en todos sus caminos,
en todas sus obras amoroso;

cerca está Yahveh de los que le invocan,
de todos los que le invocan con verdad.

El cumple el deseo de los que le temen,
escucha su clamor y los libera;

guarda Yahveh a cuantos le aman,
a todos los impíos extermina.

¡La alabanza de Yahveh diga mi boca,
y toda carne bendiga su nombre sacrosanto,
para siempre jamás!

Segunda Lectura

Efesios 4,1-6

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,1-15

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Jesús ve a la gente y sabe que la gente lo sigue no solo porque tienen hambre de pan sino también porque buscan curación, palabras buenas, sentido para su vida y esperanza para el futuro. Por eso el pan, alimento básico para el hombre, es signo de la atención y del amor que Dios siente por el hombre. La primera hambre que todos sentimos es el hambre de amor. Esta hambre no es una desgracia, sino nuestra verdad, señal de nuestro límite y de nuestra fragilidad. También Jesús "tuvo hambre" en el desierto. Frente a esta hambre encontramos el amor de Dios, su deseo de comunión para que el hombre tenga vida en abundancia.
Jesús ve que la gente tiene esta hambre y pide a los discípulos que les den de comer, y lo hace con una pregunta concreta, como si quisiera poner a prueba la verdadera voluntad de amar de los discípulos: "¿Dónde nos procuraremos panes para que coman estos?". Sí, el amor es concreto, no es un cuento ni una ideología, sino que responde al hambre y a los problemas verdaderos de la gente. No se ama solo con palabras; se ama con los hechos y con la verdad. Felipe y Andrés se preguntan qué hacer. Felipe se plantea el problema de los recursos y Andrés encuentra a un joven que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Para la gente no es nada; para Jesús lo es todo, porque para quien está dispuesto a dar, incluso aquel poco se convierte en mucho. En el Evangelio, cinco panes de cebada y dos peces, gracias a los gestos y las palabras de Jesús, sacian el hambre de cinco mil personas, y aún sobra. Más que de multiplicación, habría que hablar de compartir y de don. Y aquella sobreabundancia es lo que hace que aquellos panes lleguen hasta nosotros y sacien también nuestra hambre de amor.
La decisión de dar de comer a la gente es una iniciativa directa de Jesús. El gesto de Jesús es totalmente gratuito. Es fruto únicamente de mirar a la gente, de su compasión y de su misericordia. El gesto de Jesús ("Tomó los panes y, después de dar gracias, los repartió") indica lo que ocurre cada domingo: en el altar Jesús se da como pan de vida, y la eucaristía es el lugar del encuentro de Dios con el hombre, un encuentro marcado por la gratuidad y el amor grande y misericordioso. El evangelista indica que, tras haber comido, toda la gente quedó maravillada por lo que Jesús había hecho, hasta el punto de que querían proclamarlo rey. Pero él huyó de nuevo hacia el monte: no quería rebajar la urgencia de la necesidad del pan que no pasa, es decir de la necesidad de una relación cariñosa y duradera con el Señor. Y nosotros junto a Jesús, en el monte, continuamos orando: "Danos hoy nuestro pan de cada día".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.