ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 18 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 6,19-23

«No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús nos advierte de que no nos esforcemos por acumular "tesoros" terrenales, bienes y riquezas. Y el motivo que esgrime es de sentido común: son tesoros pasajeros que las polillas pueden corroer y los ladrones pueden robar. No es bueno que el objetivo de la vida sea poseer bienes terrenales. Viene a la memoria la parábola del hombre rico que acumula sus abundantes cosechas en sus graneros, pensando que así tiene la vida asegurada. Pero la muerte le llega y trunca sus proyectos (cfr. Lc 12,14-21). Jesús nos dice, sabiamente, que acumulemos "tesoros en el cielo" porque nadie nos los podrá quitar. Jesús, que conoce bien lo que anida en nuestro corazón, nos recuerda una verdad profunda: "Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón". Por eso es tan trascendental el corazón y lo realmente importante en la vida. Es fácil pensar que el "tesoro" con el debemos hacernos es el de la riqueza, la gloria, el éxito, la carrera o nuestra propia realización. Jesús quiere abrir nuestro corazón al reino de los Cielos. Ese es el tesoro que debemos elegir con decisión. Y por eso nos exhorta a acumular tesoros en el cielo, es decir, a vivir ya en la tierra lo que permanecerá para siempre en el cielo: la fraternidad, la paz, la solidaridad y el amor por todos, especialmente, por los pobres. Estos son los tesoros para el cielo. Y podemos leer en este mismo sentido el pasaje siguiente sobre el ojo como lámpara del cuerpo. En el lenguaje de la época significaba la integridad de la vida del hombre. Equivale a decir, en nuestro lenguaje, que el corazón es la luz del cuerpo. En el corazón nacen sentimientos buenos o malos. Un corazón que acoge el Evangelio es iluminado en el camino del reino de los Cielos. Un corazón ofuscado o lleno de tinieblas emprenderá el camino de la corrupción. Benedicto XVI utilizó una hermosa imagen para definir el corazón del discípulo: "un corazón que ve". El discípulo, iluminado por la luz del Evangelio, sabe discernir el verdadero tesoro de la vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.