ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 17 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 6,7-15

Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre; venga tu Reino;
hágase tu Voluntad
así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación,
mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Padre nuestro ocupa el centro del discurso de la montaña. Con las palabras de Tertuliano, un cristiano de los primeros siglos, podemos decir que es "la síntesis de todo el Evangelio". Jesús pide a los discípulos que no malgasten las palabras en la oración, que no las multipliquen pensando que convencerán a Dios. Jesús nos hace vivir su misma intimidad con el Padre y nos invita a llamar a Dios con el mismo apelativo que utiliza Él: "Padre", "Abbá" (papá). Con esta palabra Jesús lleva a cabo una verdadera revolución religiosa, ya que para los judíos estaba prohibido pronunciar el nombre santo de Dios. Con el apelativo "abbá", Jesús nos abrió una dimensión impensable hasta entonces, la de ser hijos, la de formar parte íntimamente de la misma Trinidad. Dios sigue siendo "totalmente distinto" de nosotros, pero es un Padre que nos ama tanto que nos envió a su propio Hijo. Es un amor sin límites, imposible siquiera de imaginar para la mente humana. Y fue el mismo Jesús, quien nos lo mostró. El hecho de ser hijos nos introduce en la familia de Dios. Por eso podemos llamarle "Padre nuestro". Y en esta intimidad, lo primero que le pedimos es que venga su reino cuando toda la familia humana y la misma creación lleguen a la plenitud. En la segunda parte, Jesús nos invita a pedir el pan, el de cada día, el pan material y el de su Palabra. Dos panes, dos mesas, indispensables. Ambas deben prepararse o, mejor dicho, deben multiplicarse para todos. A continuación, Jesús pone en nuestra boca una súplica de gran calado: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". No parece realista poner el perdón humano como referente ("así como nosotros...") del divino. Pero Jesús nos había dicho que fuéramos perfectos como el Padre. Y añade: "Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas". Es difícil comprender estas palabras en una sociedad como la nuestra, en la que el perdón es realmente raro y parece prevalecer el espíritu de venganza. Es nuestra responsabilidad pedirlo para toda la familia humana y repetirle al Padre que "no nos deje caer en tentación" y nos libre del mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.