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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 13 de junio

XI del tiempo ordinario


Primera Lectura

Ezequiel 17,22-24

Así dice el Señor Yahveh:
También yo tomaré de la copa del alto cedro,
de la punta de sus ramas escogeré un ramo
y lo plantaré yo mismo en una montaña elevada y
excelsa: en la alta montaña de Israel lo plantaré.
Echará ramaje y producirá fruto,
y se hará un cedro magnífico.
Debajo de él habitarán toda clase de pájaros,
toda clase de aves morarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, Yahveh,
humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde,
hago secarse al árbol verde y reverdecer al árbol
seco.
Yo, Yahveh, he hablado y lo haré.

Salmo responsorial

Psaume 91 (92)

Bueno es dar gracias a Yahveh,
y salmodiar a tu nombre, Altísimo,

publicar tu amor por la mañana,
y tu lealtad por las noches,

al son del arpa de diez cuerdas y la lira,
con un susurro de cítara.

Pues con tus hechos, Yahveh, me regocijas,
ante las obras de tus manos grito:

¡Qué grandes son tus obras, Yahveh,
qué hondos tus pensamientos!

El hombre estúpido no entiende,
el insensato no comprende estas cosas.

Si brotan como hierba los impíos,
si florecen todos los agentes de mal,
es para ser destruidos por siempre;

mas tú, Yahveh, eres excelso por los siglos.

Mira cómo tus enemigos perecen,
se dispersan todos los agentes de mal.

Pero tú alzas mi frente como la del búfalo,
derramas sobre mí aceite nuevo; "

mi ojo desafía a los que me acechaban,
mi oído escucha a los malvados.

Florece el justo como la palmera,
crece como un cedro del Líbano.

Plantados en la Casa de Yahveh,
dan flores en los atrios del Dios nuestro.

Todavía en la vejez producen fruto,
se mantienen frescos y lozanos,

para anunciar lo recto que es Yahveh:
mi Roca, no hay falsedad en él.

Segunda Lectura

Segunda Corintios 5,6-10

Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión... Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle. Porque es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 4,26-34

También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Jesús compara el Reino a la siembra: "El Reino del Dios es como el caso de un hombre que siembra el grano en la tierra"; cuando termina de sembrar, el campesino espera pacientemente y sin excesivas preocupaciones hasta el tiempo de la cosecha. La tierra por sí misma ("automáticamente", automaté, dice el texto griego) da fruto cuando llega el momento. Jesús no habla del trabajo del campesino, sino del "trabajo" de la semilla que se desarrolla gracias a su energía interna, desde que es sembrada hasta que madura, sin que el campesino intervenga. Con esta imagen Jesús parece querer consolar a quienes le escuchaban. Quizás debamos pensar -como indican los estudiosos del texto- en la comunidad cristiana a la que se dirigía Marcos, la comunidad de Roma, que estaba pasando por momentos difíciles, incluso de persecución. Aquellos primeros creyentes de Roma se preguntaban qué había sido de la fuerza del Evangelio, por qué el mal parecía vencer por encima de todo. ¿Acaso Jesús había muerto en vano? Muchas otras preguntas llevaban a una triste resignación. Es una página que podemos comprender en aquella misma perspectiva también hoy. Es fácil resignarse y preguntarse: "¿Dónde está el Reino de Dios y su fuerza?". Con las parábolas Jesús quiere decirnos que el Reino de Dios ya está actuando.
Jesús, evidentemente, no quiere elogiar la pasividad del campesino y aún menos fomentar el sueño y la pereza. El Señor no abandona a los discípulos al poder del Mal sino que los acompaña mientras predican el Evangelio por los caminos del mundo hasta el fin de los días, cuando todo se recapitulará en Cristo Jesús.
Con la parábola del grano de mostaza Jesús quiere mostrar el estilo del Reino, quiere enseñar cómo se hace realidad. Insiste en la pequeñez de la semilla. Nadie hace cosas grandes por ser poderoso. En el Reino de Dios sucede lo contrario: "El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos", dice Jesús. En definitiva, quien se hace pequeño y humilde se convierte en un arbusto de tres metros de altura que da cobijo a las aves del cielo. Ya el profeta Ezequiel, mientras estaba exiliado en Babilonia, había preanunciado que una frágil rama, como la copa de un cedro, se convertiría en un árbol robusto y reconfortante. "Yo tomaré un tallo de la copa del alto cedro, de la punta de sus ramas escogeré un ramo y lo plantaré yo mismo en una montaña elevada y excelsa: en la alta montaña de Israel lo plantaré. Echará ramaje y producirá fruto, y se hará un cedro magnífico" (Ez 17,22-23).
El Reino de Dios crece como esta pequeña semilla de mostaza, como la pequeña copa del cedro: no se impone por su potencia exterior sino que crece por obra del Señor. El amor es la savia que la impulsa. Allí donde los pobres son saciados, los afligidos consolados, los extranjeros acogidos, los enfermos curados, los que están solos consolados, los presos visitados y los enemigos amados, actúa el Reino del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.