ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 9 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,17-19

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La novedad del Evangelio no plantea una ruptura con la tradición bíblica del Primer Testamento. Al contrario, Jesús afirma claramente que ha venido a cumplir la alianza que Dios estableció con su pueblo y que tiene en la Ley y en los Profetas su codificación. Toda la historia de amor que Dios ha ido construyendo hasta ahora con su pueblo, desde Abrahán hasta el Bautista, alcanza en Jesús su cumplimiento, su plena realización. Aquel amor que hizo que el mismo Dios bajara del cielo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, que lo acompañara en el largo viaje por el desierto y durante los siglos posteriores, con Jesús llegaba a su apogeo. La carta a los Hebreos lo escribe bien claro: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1-2). Jesús no borra la historia pasada sino que le da cumplimiento. Lo mismo ocurre con los textos bíblicos. Jesús no los elimina; más bien va a su esencia profunda para encontrar en ellos el destello de Dios y hacer que brille con su esplendor más puro. Podríamos decir que en cada una de las palabras de las Escrituras hay un destello de Dios. Por eso no debe perderse. Y cada vez que se pierde, se pierde con ella aquel destello. Por eso Jesús dice: "Mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la ley". Hace pensar en la recomendación que Francisco de Asís hacía a sus hermanos cuando les decía que recogieran cualquier pequeño trozo de pergamino que hubiera caído al suelo: "Puede contener alguna palabra del Evangelio", afirmaba. Y Jesús añade: "El que no dé importancia a uno de estos mandamientos más pequeños... será el más pequeño en el Reino de los Cielos". Jesús nos pide que acojamos toda la Escritura y que esta sea luz para los creyentes. Al igual que el Maestro, también el discípulo debe llevar a cabo en la vida de cada día lo que está escrito en las Escrituras. Y el corazón de las páginas bíblicas, la columna vertebral que las une, se puede resumir en las palabras finales de Jesús al final del discurso: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo". Y la perfección es el amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.