ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 8 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,13-16

«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo." El Evangelio quiere decir que si estamos unidos a Jesús, verdadera sal y verdadera luz, podemos conservar la fuerza que nos permite renovar nuestra vida y la vida del mundo. Nuestros límites y nuestras fragilidades no borran la sal y la luz que somos si permanecemos unidos a Jesús. El Señor conoce nuestros límites, pero los rebasa. No hace falta que los escondamos. De hecho, precisamente por nuestros límites Dios nos llamó para ser discípulos de su Hijo. El amor de Dios es ambicioso con nosotros: quiere que seamos mejores, quiere que ayudemos a los hombres y a las mujeres a vivir en paz, a unir a los pueblos de la tierra hacia un destino común, a hacer hermosa la casa común del planeta. El amor de Dios es una "energía espiritual" que cambia el corazón de cada uno de nosotros para que también nosotros podamos cambiar el mundo. En este trabajo de cambiar el mundo no estamos solos: el Señor nos ayuda, nos sostiene, nos da fuerza y nos defiende. Eso es lo que significan las palabras de Jesús: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos". Nos invita a ser ministros del Evangelio y de la misericordia de Dios entre los hombres. Igualmente, debemos ser conscientes de que ser sal y luz no indica un sabor cualquiera y una luz cualquiera: el sabor es el del gusto de la fraternidad y la luz es la que indica a los pueblos que su destino común es el Reino de Dios. No somos sal y luz por nuestros méritos. El Señor, que nos ha librado de la soledad y de la muerte reuniéndonos en comunión con él y con los hermanos, nos hace participar de su luz y de su vida para que seamos fermento de amor en un mundo que muchas veces vive triste y sin futuro.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.