ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 20 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,30-35

Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió:
«En verdad, en verdad os digo:
No fue Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios
es el que baja del cielo
y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?" Jesús había reprendido a la multitud por buscar únicamente su propia satisfacción. A su pregunta responde indicando que solo es necesaria una cosa: creer en el enviado de Dios. Sin embargo la multitud insiste; quizá querían que Jesús resolviera el problema del alimento no solo para las cinco mil personas que se habían beneficiado del milagro, sino para todo el pueblo de Israel, como había sucedido con el maná. Ante su insistencia, Jesús respondió que no había sido Moisés quien diera el pan venido del cielo: "Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo". Pero la dureza del corazón y de la mente de quienes le escuchan no permitía acoger en profundidad las palabras de Jesús. Continuaban interpretándolas a partir de ellos mismos, de sus necesidades, de su instinto. Nos sucede lo mismo también a nosotros cuando no profundizamos en las palabras evangélicas porque las escuchamos a partir de nosotros mismos, y no de lo que realmente quieren decirnos. Es necesaria una lectura "espiritual" de la Biblia, una lectura realizada en la oración y en la disponibilidad del corazón. Sin la oración nos arriesgamos a tener delante nuestro, no al Señor que nos habla, sino a nosotros mismos. Sin la comunidad de los hermanos, nuestro "yo" nos impide el diálogo amplio para el que se escribió la Biblia. En este punto la petición de la multitud se vuelve correcta: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús no rehuyó su petición, y con una claridad todavía mayor les dijo: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed". Es una afirmación solemne y típica en el Evangelio de Juan: muestra el origen divino de Jesús. Al hojear las páginas del cuarto Evangelio, vemos que Jesús utiliza muchas imágenes concretas para hacernos comprender la grandeza de su amor por nosotros: Él es el pan verdadero, la vida verdadera, la verdad, la luz, la puerta, el buen pastor, la vid verdadera, el agua viva... es la resurrección.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.