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Memoria de la Madre del Señor
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Comienza el mes de Ramadán para los musulmanes. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de abril

Comienza el mes de Ramadán para los musulmanes.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,7-15

No te asombres de que te haya dicho:
Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra,
no creéis,
¿cómo vais a creer
si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo
sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús continúa su diálogo con Nicodemo. Para la vida del discípulo está clara la necesidad de renacer de lo alto por obra del Espíritu de Dios. Su acción es fuerte y también misteriosa, al igual que la acción del viento es fuerte y misteriosa: no se sabe de dónde viene ni a dónde va. La palabra griega "pneuma" usada por el evangelista indica tanto el "viento" como el "Espíritu" de Dios que guía a los profetas en su profecía. Este doble sentido permite al evangelista resaltar que la acción del Espíritu es "voz", o sea, palabra, anuncio, y a la vez "viento", es decir, fuerza, movimiento. Este es el corazón del Evangelio según san Juan, la acción misteriosa del Espíritu que lleva a creer en Jesús y por tanto a la salvación. Nicodemo está atento a las palabras de aquel joven maestro y, sorprendido, le presenta todo su escepticismo: "¿Cómo puede ser eso?". Jesús al principio responde con ironía: "Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?". Es una manera pedagógica de Jesús, para ayudarle a eliminar ese orgullo resignado que empaña los ojos de adulto y de sabio de Nicodemo, que no le permiten ver con claridad la novedad de Dios. También nosotros sabemos bien con cuánta frecuencia el orgullo resignado marca nuestra supuesta sabiduría: no confiamos en las palabras del Evangelio, que nos piden mirar más allá de nuestros horizontes habituales, que seguimos considerando inmutables a pesar de las desilusiones y los fracasos de los que está repleta nuestra vida. Para Jesús no es así. Su sabiduría es mucho más amplia que la nuestra porque es la de Dios, que sabe mirar a toda la humanidad con amor sin límites. El renacer del Espíritu sucede por medio de la cruz, es decir, a través de ese amor sin límites que lleva a Jesús a ofrecer su propia vida para salvar a los demás. Por ese amor el Padre lo resucitará de la muerte. Pero ya en la cruz se ve con claridad la amplitud del amor de Jesús por todos. Permaneciendo junto a la cruz de Jesús comprendemos mejor la grandeza de su amor por los hombres. Todos somos salvados por el manto de su amor sin límites.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.