ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de la muerte de Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos aquellos que, en nombre de la no-violencia, trabajan por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 30 de enero

Recuerdo de la muerte de Gandhi, asesinado en 1948 en Nueva Delhi. Con él recordamos a todos aquellos que, en nombre de la no-violencia, trabajan por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 4,35-41

Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla.» Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio de Marcos sigue presentándonos a Jesús recorriendo los caminos de los hombres. Hay en él una urgencia irresistible de comunicar el Evangelio a todos, por ello no se detiene en lugares que tal vez sean más seguros y ciertos. Dice a los discípulos: "Pasemos a la otra orilla". La otra orilla del Evangelio de Marcos representa el mundo de los paganos, de los que están lejos de la fe en el Dios de Israel. Los discípulos no habrían ido allí solos, como a nosotros nos resulta difícil ir a los que creemos que están lejos o que no son capaces de aceptar el Evangelio de Jesús. Todos conocemos la tentación de detenernos en los horizontes para nosotros habituales, seguros y confortables. Jesús amplía nuestros corazones y mentes desde el principio. Hay un deseo de universalidad que Jesús comunica a los discípulos y que, a lo largo de los siglos, se manifiesta con distinta intensidad. Hoy, en un mundo globalizado que, por otra parte, ha descubierto dramáticamente su propia fragilidad, esta urgencia es aún más evidente. La globalización, que nos había hecho aceptar un desarrollo a menudo insensato que ha producido desigualdades crueles, hoy debe estar marcada por una solidaridad efectiva y por un desarrollo que no deje a nadie atrás. Sí, nunca como hoy el mundo entero debe "pasar a la otra orilla", la de la fraternidad, la de la solidaridad entre los pueblos; y los cristianos tienen una tarea crucial en este horizonte. Debemos aceptar la invitación de Jesús como lo hicieron aquellos primeros discípulos. Marcos escribe: "Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba". Durante la travesía, como sucede a menudo en ese lago, se desencadena una fuerte tempestad. Es fácil ver en esta tempestad las numerosas tempestades que se abaten sobre los pueblos en nuestro tiempo y que perturban la existencia de muchos. A menudo nos detenemos solo en nuestras pequeñas agitaciones psicológicas. En el grito de los discípulos está el eco del de muchos hombres y muchas mujeres cuya existencia queda a merced de las olas adversas del mal. Este grito a menudo recoge también la impotencia y la resignación de aquellos que, abrumados por las tormentas de la vida, creen que el Señor está lejos, dormido y no despierto. El papa Francisco recogió este grito durante la pandemia del coronavirus y lo dirigió al Señor en una plaza de San Pedro vacía. Con él también nosotros recogemos los gritos de los que sufren y los convertimos en oración al Señor para que, como aquella vez, se levante, increpe a los vientos y diga al mar: "¡Calla, enmudece!", y los hombres y las mujeres duramente golpeados por el mal puedan alcanzar la otra orilla, la de la paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.