ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 28 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 4,21-25

Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga.» Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página del Evangelio recoge cuatro frases que el evangelista ha unido, inscribiéndolas en el horizonte de la escucha y la eficacia de la Palabra de Dios: "Atended a lo que escucháis", dice Jesús, refiriéndose quizás a la parábola del sembrador, y por tanto a la dimensión misionera que se desprende de esta escucha. La fe debe tener una fuerza comunicativa. Una comunidad que se cierra en sí misma, que es feliz de estar en su propio recinto, es como quien pone una lámpara bajo un celemín. Y el propio Jesús es el primero que da el ejemplo. La luz que ha llegado al mundo ya no está "debajo del celemín" sino sobre el candelero; y las muchedumbres lo han notado tanto que desde todos lados se apresuran para ser iluminadas en su camino. La imagen de la luz que existe para iluminar a los demás, ciertamente no a sí misma, describe bien la vida de Jesús. Él, la verdadera luz que ilumina a todo hombre, como escribe Juan en el prólogo del cuarto Evangelio, no ha venido para sí mismo, no se ha encarnado para realizarse a sí mismo, ni siquiera para afirmar su propio proyecto personal. Jesús ha venido a la tierra para iluminar los pasos de los hombres hacia la salvación, para que todos puedan recorrer por los caminos de la vida hasta alcanzar el diseño de esa fraternidad entre todos los pueblos de la tierra que es el destino común tanto de los hombres como de la creación; y aquí el otro dicho de Jesús subraya la grave responsabilidad de la misión, porque "al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará". El Evangelio del amor no tiene restricciones, es por su naturaleza total y universal tal como la vida de Jesús lo ha demostrado.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.