ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales protestantes (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas, pentecostales y evangélicas).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,13-19

Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Después de acoger a las muchedumbres en las orillas del lago, Jesús se traslada al monte. Casi seguro se trata del monte de las bienaventuranzas, ya que inmediatamente después de la elección de los Doce, según la narración de los otros evangelistas, Jesús pronuncia el conocido Sermón de la montaña. El monte es el lugar de la oración, el lugar del encuentro con Dios, más que de la misión entre la gente; y Jesús, escribe Marcos, "llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él". Es él quien los elige y los llama, y luego los lleva con él al monte. Son doce, como las doce tribus de Israel. Es una decisión estratégica: él es el pastor de todo Israel. Por fin todo el pueblo de Dios recuperaba su unidad en torno al único pastor. Aquellos Doce, alrededor de Jesús que les llamó, están comprometidos en su misma misión. Es el Señor quien les mantiene unidos como hermanos, nada más. La razón de la hermandad cristiana, el motivo que alimenta la comunión entre los creyentes es solo Jesús, ciertamente no la nacionalidad, ni los intereses comunes, ni los lazos culturales o de sangre, ni la condición común o la pertenencia común. Están unidos solo por ser todos discípulos de ese único Maestro. Además, no están junto a Jesús para encerrarse en un grupo elitista preocupado por sus propias vidas. La comunidad cristiana no es, por lo tanto, un pueblo anónimo, compuesto por personas sin vínculos entre sí. El Señor ha llamado a los Doce por su nombre, uno por uno. Así nació esta primera comunidad de los Doce; y de la misma manera sigue naciendo aún hoy cada comunidad cristiana. Cada uno tiene su nombre, su historia; y a cada uno se le confía la misión de anunciar el Evangelio y curar las enfermedades. Ciertamente, la condición previa para la misión es que el apóstol debe, en primer lugar, "estar con Jesús". Se podría decir que el apóstol es ante todo discípulo, es decir, uno que está con Jesús, que le escucha, que le sigue. El vínculo estrecho con la vida y las palabras de Jesús es la base de la misión. No es casualidad que Jesús, según el evangelista Juan, les diga: "Separados mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.