ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,29-39

Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio describe la intensa actividad de Jesús en Cafarnaún en el transcurso de dos días consecutivos. Ya no está solo como antes. Ha elegido la casa para quedarse con el pequeño grupo de discípulos que ha reunido en la casa de Simón. Forman una pequeña familia; y un día, al volver a casa, le muestran a la suegra de Pedro que está en la cama con fiebre. Jesús se acerca a ella, la toma de la mano y la levanta, curándola de la enfermedad. La curación de esa anciana es una lección que hay que aprender con atención, ya que hoy en día el número de ancianos ha aumentado considerablemente y a menudo son alejados y abandonados. Al contrario, hay que extender la mano y ayudarles a levantarse, a servir de nuevo en la comunidad. El evangelista describe entonces una escena extraordinaria: delante de la puerta de esa casa se reúnen "todos los enfermos y endemoniados" de la ciudad. Es una imagen que interroga a todas las comunidades cristianas, las iglesias y al corazón de cada uno. A muchos pobres y enfermos se les deja solos. Jesús muestra cuál es la tarea de los cristianos: salió a la puerta de la casa y "curó a muchos". No dice a todos, sino a muchos. Como para subrayar que queda abierta la herida de tantos enfermos a los que no podemos ayudar. De madrugada, Jesús se levanta y va a un lugar apartado a rezar. Así es como comienza el día: con la oración, en un lugar apartado, lejos de la confusión. Es en el silencio donde se encuentra con el Padre que está en el cielo. La oración no es solo el comienzo temporal de su día, es su fundamento. Así es como debe ser también para los discípulos. Cuando vuelven sus mentes y corazones a Dios en la oración, comienza el tiempo nuevo del reino de los cielos. Por esta razón, a los discípulos que querían mantenerlo en la zona, Jesús les responde que hay que ensanchar el corazón hasta los confines de la tierra. Jesús no se detiene en los lugares habituales, va donde se necesita la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.