ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 12 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,21-28

Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la capital de Galilea, y la elige como el hogar del pequeño grupo de discípulos que ha reunido. No se retira lejos, fuera de la vida ordinaria de los hombres, para llevar una vida tranquila con su pequeño grupo. No vino, de hecho, a labrarse un espacio propio para vigilar y disfrutar. El Padre le había enviado para liberar a los hombres y las mujeres de la soledad, del pecado y la muerte. Se establece en la ciudad más importante del norte del país, Cafarnaún, como para vivir en el verdadero tejido de la familia humana. En Cafarnaún están presentes todas las ciudades de entonces y de hoy. Y todos ellos quieren transformarlos en lugares de paz y fraternidad. La comunidad cristiana, por pequeña que sea, es enviada por Jesús para introducir en el tejido de la vida de la ciudad el poder del Evangelio y para afirmar que solo Jesús es el Señor de la vida, no el dinero o el poder, y mucho menos la injusticia y la corrupción. El evangelista Marcos escribe que Jesús "inmediatamente" va a la sinagoga y comienza a enseñar. El primer "servicio" que la Iglesia realiza en la ciudad es, precisamente, comunicar el Evangelio. La Iglesia no tiene nada más que decir que el Evangelio y el poder del amor que transmite para cambiar la vida de todos. No hay ningún programa en particular que se lleve a cabo. El único programa, precisamente, es el del Evangelio que transforma profundamente el corazón y la mente de los que lo reciben. Es el significado de la anotación de Marcos cuando escribe que Jesús habla "como quien tiene autoridad, y no como los escribas". Y, qué clase de autoridad tiene, lo demuestra inmediatamente al liberar a un hombre poseído por un espíritu inmundo. Es una palabra poderosa y eficaz, también ordena a los espíritus inmundos, y ellos le obedecen a regañadientes. El Evangelio es una palabra con autoridad porque no oprime, sino que libera a los hombres; no condena, sino que salva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.