ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta del Bautismo del Señor
Palabra de dios todos los dias

Fiesta del Bautismo del Señor

Fiesta del Bautismo del Señor Leer más

Libretto DEL GIORNO
Fiesta del Bautismo del Señor
Domingo 10 de enero

Fiesta del Bautismo del Señor


Primera Lectura

Isaías 55,1-11

¡Oh, todos los sedientos, id por agua,
y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata,
y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan,
y vuestro jornal en lo que no sacia?
Hacedme caso y comed cosa buena,
y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí,
oíd y vivirá vuestra alma.
Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna:
las amorosas y fieles promesas hechas a David. Mira que por testigo de las naciones le he puesto,
caudillo y legislador de las naciones. Mira que a un pueblo que no conocías has de convocar,
y un pueblo que no te conocía, a ti correrá
por amor de Yahveh tu Dios
y por el Santo de Israel, porque te ha honrado. Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar,
llamadle mientras está cercano. Deje el malo su camino,
el hombre inicuo sus pensamientos,
y vuélvase a Yahveh, que tendrá compasión de él,
a nuestro Dios, que será grande en perdonar. Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo de
Yahveh -. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra,
así aventajan mis caminos a los vuestros
y mis pensamientos a los vuestros. Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío,
sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que la envié.

Salmo responsorial

Salmo 12 (13)

¿Hasta cuándo, Yahveh, me olvidarás? ¿Por siempre?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?

¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma,
en mi corazón angustia, día y noche?
¿Hasta cuándo triunfará sobre mí mi enemigo?

¡Mira, respóndeme, Yahveh, Dios mío!
¡Ilumina mis ojos, no me duerma en la muerte,

"no diga mi enemigo: ""¡Le he podido!"",
no exulten mis adversarios al verme vacilar! "

Que yo en tu amor confío;
en tu salvación mi corazón exulte.

¡A Yahveh cantaré por el bien que me ha hecho
Salmodiaré al nombre de Yahveh, el Altísimo!

Segunda Lectura

Primera Juan 5,1-9

Todo el que cree que Jesús es el Cristo
ha nacido de Dios;
y todo el que ama a aquel que da el ser
ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios:
si amamos a Dios
y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios:
en que guardemos sus mandamientos.
Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios
vence al mundo.
Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe. Pues, ¿quien es el que vence al mundo
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino
por el agua y por la sangre: Jesucristo;
no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre.
Y el Espíritu es el que da testimonio,
porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre,
y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres,
mayor es el testimonio de Dios,
pues este es el testimonio de Dios,
que ha testimoniado acerca de su Hijo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,7-11

Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

La fiesta del bautismo de Jesús es como otra Navidad, otra Epifanía. Los cielos se han abierto en el Jordán y el Espíritu Santo se ha posado sobre Jesús, como una paloma que finalmente encuentra su nido. El Poder de Dios ha encontrado su casa. No es que el Espíritu del Señor no estuviera allí antes. Estaba desde la creación, cuando "un viento de Dios aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2); y luego ha seguido estando presente en los hombres santos y espirituales, en los profetas, en los justos, en los testigos de la caridad, tanto de Israel como de las otras religiones. En Jesús el Espíritu -desde su nacimiento y en la manifestación a los magos- encuentra su morada plena y definitiva. De hecho, a partir de ese momento, comienza un hecho absolutamente nuevo y único.
Después del Bautismo, Jesús comienza a hablar. Se podría decir que salió del agua con una vocación nueva. Él, el día del bautismo, nació a una nueva vida, a una nueva misión. Tan pronto como Jesús fue bautizado, salió del agua y entonces los cielos se abrieron y una voz del cielo dijo: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco". Con la predicación de Jesús después del bautismo, Dios se hace más cercano, el futuro de paz ya no es inalcanzable, la esperanza no ha terminado, el hombre no es aplastado sobre la tierra, no es prisionero de su destino. Cada uno de nosotros se convierte en hijo, amado y protegido. Los discípulos del Señor no se vuelven autónomos, obligados a confiar en sus fuerzas, tristemente autosuficientes, desconfiados y temerosos del otro. Son sobre todo hijos y de un Padre bueno; y tienen muchos hermanos, los de la fe; Y todos ellos son amados, es más, predilectos.
El amor de Dios es personal, único, sin otros fines que el del amor con Él. Este es el futuro que Dios ya hace presente y que ofrece a todos y especialmente a aquellos cuyas vidas parecen haber perdido todo valor e importancia. El cristiano nunca es hijo único, porque Dios es Padre de todos. Cada persona bautizada recibe hermanos y hermanas; y está llamado a serlo, es decir, a enriquecer la fraternidad, a tejer la amistad y a cultivar la solidaridad. A veces parece más fácil estar solos. El cristiano está llamado a abrir la vida cotidiana con el amor, que es de Dios; y la vida se vuelve santa cuando escuchamos al Señor, cuando la amistad nos lleva junto al otro, cuando se sostiene a un anciano que está solo, cuando una lágrima es enjugada, cuando un pobre se siente llamado por su nombre y es ayudado, cuando un enfermo es visitado, cuando los gestos buenos llegan al quien está solo y le hacen sentirse amado. Hoy, a todos nosotros, que nos hemos vuelto niños en la pila bautismal, engendrados hijos, el Señor no nos pide grandes discursos ni promesas, sino solo un corazón capaz de hacerse querer para aprender de Dios, Padre bueno, a amar a todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.