ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de noviembre

I de Adviento


Primera Lectura

Isaías 63,16-17.19; 64,2-7

Porque tú eres nuestro Padre,
que Abraham no nos conoce,
ni Israel nos recuerda.
Tú, Yahveh, eres nuestro Padre,
tu nombre es "El que nos rescata" desde siempre. ¿Por qué nos dejaste errar, Yahveh, fuera de tus caminos,
endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor?
Vuélvete, por amor de tus siervos,
por las tribus de tu heredad. Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas,
no se nos llama por tu nombre.
¡Ah si rompieses los cielos y descendieses
- ante tu faz los montes se derretirían, haciendo tú cosas terribles, inesperadas.
(Tú descendiste: ante tu faz, los montes se
derretirán.) Nunca se oyó.
No se oyó decir, ni se escuchó, ni ojo vio
a un Dios, sino a ti, que tal hiciese
para el que espera en él. Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia
y recuerdan tus caminos.
He aquí que estuviste enojado,
pero es que fuimos pecadores;
estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos. Somos como impuros todos nosotros,
como paño inmundo todas nuestras obras justas.
Caímos como la hoja todos nosotros,
y nuestras culpas como el viento nos llevaron. No hay quien invoque tu nombre,
quien se despierte para asirse a ti.
Pues encubriste tu rostro de nosotros,
y nos dejaste a merced de nuestras culpas. Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre.
Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero,
la hechura de tus manos todos nosotros.

Salmo responsorial

Psaume 79 (80)

Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como un rebaño;
tú que estás sentado entre querubes, resplandece

ante Efraím, Benjamín y Manasés;
¡despierta tu poderío,
y ven en nuestro auxilio!

¡Oh Dios, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!

¿Hasta cuándo, oh Yahveh Dios Sebaot,
estarás airado contra la plegaria de tu pueblo?

Les das a comer un pan de llanto
les haces beber lágrimas al triple;

habladuría nos haces de nuestros convecinos,
y nuestros enemigos se burlan de nosotros.

¡Oh Dios Sebaot, haznos volver,
y brille tu rostro, para que seamos salvos!

Una viña de Egipto arrancaste,
expulsaste naciones para plantarla a ella,

le preparaste el suelo,
y echó raíces y llenó la tierra.

Su sombra cubría las montañas,
sus pámpanos los cedros de Dios; "

extendía sus sarmientos hasta el mar,
hasta el Río sus renuevos.

¿Por qué has hecho brecha en sus tapias,
para que todo el que pasa por el camino la vendimie,

el jabalí salvaje la devaste,
y la pele el ganado de los campos?

¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya,
desde los cielos mira y ve,
visita a esta viña,

cuídala,
a ella, la que plantó tu diestra!

¡Los que fuego le prendieron, cual basura,
a la amenaza de tu faz perezcan!

Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra,
sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste.

Ya no volveremos a apartarnos de ti;
nos darás vida y tu nombre invocaremos."

¡Oh Yahveh, Dios Sebaot, haznos volver,
y que brille tu rostro, para que seamos salvos!

Segunda Lectura

Primera Corintios 1,3-9

gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 13,33-37

«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Este primer domingo de Adviento marca el comienzo del nuevo año litúrgico, un tiempo en el que la Liturgia nos toma de la mano y nos sumerge en el misterio de Jesús, desde su nacimiento, pasando por la predicación del Reino en Galilea y Judea, hasta su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo de Dios. El año litúrgico nos hace contemporáneos del Señor, hasta que podamos decir con el apóstol "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí". El Adviento nos pide que levantemos nuestros ojos y abramos nuestros corazones en la espera del Señor que va a llegar. Y el Evangelio nos advierte que estemos vigilantes: "Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento" (13,33). Jesús compara al discípulo de Adviento con un portero que vigila toda la noche para no perder el momento en que el dueño regresa y llama a la puerta para entrar. Aunque sea de noche, el portero debe velar, junto a la entrada, para abrir tan pronto como el maestro llame. Y puede ocurrir por la noche o a medianoche o al canto del gallo o por la mañana. Es una similitud singular, pero clara. La vigilancia para esperar al Señor nunca debe relajarse. Podríamos decir que este es el significado de las liturgias de este tiempo, de la escucha diaria de la Palabra de Dios en estas semanas.
La vigilancia significa no perderse detrás de uno mismo, siguiendo nuestras pequeñas tareas, y aun menos dormirse en el sueño del propio narcisismo. El portero se mantiene despierto junto a la entrada y en cuanto oye al dueño acercarse le abre la puerta, la puerta de su corazón, la puerta de la comunidad para acoger a todos los que llaman para pedir ayuda, alivio, consuelo y apoyo. Todos los que llaman, junto con Jesús, son nuestros "dueños". Este es también el significado de las palabras del Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20).
El Adviento nos invita a permanecer despiertos, a no sorprendernos por la dulce tibieza de los que se creen que están en su lugar, porque ya han hecho mucho; por el sueño un poco triste del pesimismo; por esa pereza por la que no merece la pena hacer nada; por el sueño agitado y siempre insatisfecho de las preocupaciones y de la afirmación de uno mismo. La Palabra de Dios pide que nos despertemos del sueño de la distracción de los que ya no escuchan, del sueño del impaciente que lo quiere todo ya y no puede esperar. Vigilancia significa escuchar la palabra de Dios, estar dispuestos a acoger a los hermanos, a los pobres y decir al Señor: "Ven Señor Jesús, ven pronto, da consuelo y paz a este mundo nuestro". Abre los cielos y abre un futuro para aquellos que son aplastados por el mal. Líbranos del amor por nosotros mismos que adormece el corazón y nos hace indiferentes. Enséñanos a escuchar tu voz y a reconocerte para abrirte la puerta del corazón, tú que eres un huésped dulce, amigo de siempre, nuestra esperanza".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.