ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 31 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 1,18-26

Pero ¿y qué? Al fin y al cabo, hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome. Pues yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo, conforme a lo que aguardo y espero, que en modo alguno seré confundido; antes bien, que con plena seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús cuando yo vuelva a estar entre vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En los versículos anteriores al pasaje que hemos escuchado (1,12-17), Pablo escribe a los cristianos de Filipos que su cautiverio se ha convertido en una ocasión para predicar el Evangelio. El apóstol no habla de las estrecheces que sufre a casa del cautiverio. De hecho, la pasión por el Evangelio ha hecho que el cautiverio se convierta en una ocasión extraordinaria para predicar el Evangelio. El apóstol, realmente, ha hecho de toda su vida un servicio total al Evangelio de Jesús. Deja en segundo plano su destino personal, su vida y su muerte: lo que importa es predicar el Evangelio. Es una gran lección para todos nosotros, que tan a menudo sucumbimos a la pereza o a avaros horizontes personales. El apóstol quiere que también los cristianos de Filipos comprendan que ese es precisamente el cometido de los discípulos de Jesús: dar testimonio del Evangelio, siempre. Y es un cometido irrenunciable que lo lleva a escribir: "Al fin y al cabo, con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome". Comunicar el Evangelio es dar a conocer con las palabras y con la vida la grandeza del amor de Dios que se ha revelado en el Señor Jesús. Esta pasión de Pablo nos plantea una profunda pregunta a todos nosotros al inicio de este nuevo siglo. ¿No hemos delegado muchas veces en otros esta tarea, que Dios nos confió a cada uno de los discípulos, sin excluir a ninguno? Todos, en efecto, leyendo las páginas de la Epístola a los Filipenses, deberíamos poder decir: "Para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia". Y si el Señor nos concede la vida, nosotros vivimos para el Señor y para el Evangelio, porque solo así podemos ser realmente una ayuda para los demás y para el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.