ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 1,1-11

Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en mi corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis aquilatar los mejor para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo escribe esta carta a la comunidad de Filipos desde la cárcel. En el saludo inicial, Pablo y Timoteo -a quien Pablo enviará pronto a los filipenses- se presentan como "siervos de Cristo Jesús". Entienden su ministerio pastoral como servicio total al Evangelio. Sorprende que el apóstol, al inicio de su carta, no hable de sus problemas. En lugar de eso, da las gracias al Señor por su testimonio y por la "colaboración que habéis prestado al Evangelio". Y escribe que la vida y el trabajo de comunicar el Evangelio de la comunidad son una buena obra que empezó el Señor y el Señor culminará. El apóstol es consciente de que la comunidad es fundamental para evangelizar la ciudad de Filipos. Y le provoca un cierto orgullo, hasta el punto de que expresa sentimientos de gran afecto: "Es justo que yo tenga estos sentimientos respecto de vosotros, pues os llevo en el corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio". El apóstol se siente consolado por las noticias positivas que le llegan de la comunidad de Filipos. Le provocan alegría y consuelo al mismo tiempo. La pasión común por el Evangelio crea lazos fuertes e intensos que ni la distancia ni los problemas pueden debilitar y, aún menos, eliminar. El crecimiento de las comunidades siempre es motivo de consuelo. Estando en la cárcel Pablo demuestra que la fraternidad entre todos los discípulos de Jesús da una extraordinaria fuerza para vivir la fe. El secreto de esta fuerza radica en la oración. Si primero el apóstol muestra la oración de acción de gracias, ahora escribe a los filipenses que reza por ellos. Es la oración de intercesión: "Pido en mi oración que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y todo tipo de experiencia". Rezar por los demás, rezar -como en este caso- por la lejana comunidad de Filipos, demuestra la importancia de este gesto de comunión en la fe. En la oración que hacemos los unos por los otros se teje y se refuerza la fraternidad de los cristianos en el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.