ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 29 de septiembre

Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia etíope, una de las primeras de África, venera a san Miguel como su protector.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Job 3,1-3.11-17.20-23

Después de esto, abrió Job la boca y maldijo su día. Tomó Job la palabra y dijo: ¡Perezca el día en que nací,
y la noche que dijo: "Un varón ha sido concebido!" ¿Por qué no morí cuando salí del seno,
o no expiré al salir del vientre? ¿Por qué me acogieron dos rodillas?
¿por qué hubo dos pechos para que mamara? Pues ahora descansaría tranquilo,
dormiría ya en paz, con los reyes y los notables de la tierra,
que se construyen soledades; o con los príncipes que poseen oro
y llenan de plata sus moradas. O ni habría existido, como aborto ocultado,
como los fetos que no vieron la luz. Allí acaba la agitación de los malvados,
allí descansan los exhaustos. ¿Para qué dar la luz a un desdichado,
la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega
y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se alegran ante el túmulo
y exultan cuando alcanzan la tumba, a un hombre que ve cerrado su camino,
y a quien Dios tiene cercado?

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El silencio de los amigos (muchas veces -lo sabemos también por experiencia propia- no sabemos qué decir ante el dolor) se rompe con el grito de Job, que como los pobres y los enfermos de los salmos se dirige a Dios en la oración, como un gran lamento sobre el sentido de la vida de un hombre que sufre. Así empieza la gran protesta de Job, que pone en discusión la justicia divina, sin arremeter contra Dios. Es la pregunta que los hombres se hacen a lo largo de la historia: ¿por qué el justo sufre y el malvado prospera? Job no habla contra Dios, no lo maldice. Sabe que su Dios es un Señor de la vida. Pero ¿qué sentido tiene una vida, como la suya, sumida en la muerte y el dolor? Job cuestiona toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte. Su lenguaje es tajante y duro. Empieza maldiciendo su nacimiento: ¿por qué no moría antes de ver la luz, que para él no había sido más que tinieblas? Percibimos en sus palabras el drama de muchas personas que sufren, cuya vida cuelga de un hilo y que parecen inexorablemente destinadas a la muerte: niños que no nacen o que están enfermos, prisioneros y condenados a muerte, enfermos terminales o ancianos abandonados. Las palabras de Job, con todo, están llenas de una gran esperanza: ayudan a reflexionar sobre el sentido de la vida y de la muerte, que parece inevitable. Nadie puede escapar de la muerte: afecta sin distinción a ricos y a pobres, a poderosos y a quienes no tienen poder alguno, al prisionero y a su verdugo, a pequeños y a mayores, al señor y al esclavo. ¿Por qué, entonces, tanto afán por uno mismo, parece decir Job? De ese modo entra en la vida del hombre el miedo, porque "me sucede lo que más temía, me encuentro con lo que más me aterraba".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.