ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 24 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Eclesiastés 1,2-11

¡Vanidad de vanidades! - dice Cohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será;
lo que se hizo, ese se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cohélet, seudónimo tras el que se oculta el autor de estas "palabras", se podría traducir como "predicador". Dicho término alude a la asamblea (qahal), quizás a una asamblea religiosa o a un grupo de discípulos o, más genéricamente, al "pueblo" (cf. 12,9). El inicio del pasaje presenta la frase más célebre de este libro de la Biblia: "Todo es vanidad". El término hebreo vanidad (hebel) significa "soplo de viento". Es una metáfora de toda la vida, de toda la realidad, incluso, que es, precisamente "como" un soplo de viento. El autor percibe la provisionalidad, la inestabilidad, la pequeñez, la vanidad que existen en la vida humana y le dan forma. Al mismo tiempo la vida se presenta como algo hermoso. Sí, la vida es un continuo ajetreo, pero en realidad "nada nuevo hay bajo el sol". La creación -sugiere Cohélet- parece condenada a un perpetuo movimiento sin meta alguna, un poco como el viento que va y viene. El hombre, inmerso en este torbellino de la debilidad, no es capaz de decir la última palabra sobre nada: nunca termina ni de discutir ni de entender. Sus discursos y sus teorías forman una incesante y jamás terminada búsqueda: "Todas las cosas cansan. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír". Tampoco la ciencia alcanza a comprender el sentido profundo de la historia: no comprende el cambio de las cosas. Si "lo que fue", es decir, los fenómenos naturales, y "lo que se hizo", es decir, la historia humana, no producen algo auténticamente "nuevo", ¿dónde podremos encontrar el sentido el cumplimiento, de este infinito "girar"? Eso podría justificar una actitud de resignación. De hecho, muy a menudo oímos: nada puede cambiar, todo es siempre igual. Pero Cohélet no defiende un "eterno retorno de todas las cosas". Más bien, puesto que Dios es el creador, da a entender que la vida humana tiene un "fin". Solo hay una cosa cierta para Cohélet: es imposible que la "novedad" venga del hombre. Leyendo este pequeño libro en el contexto de todas las Escrituras comprendemos que la estabilidad y el sentido de la vida vienen de Dios. Y los profetas nos lo recuerdan: "Pues bien, voy a hacer algo nuevo", dice el Señor por medio de Isaías (43,19).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.