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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir (†258). Identificó a los pobres como el verdadero tesoro de la Iglesia. Recuerdo de quienes les sirven en nombre del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 10 de agosto

Fiesta de san Lorenzo, diácono y mártir (†258). Identificó a los pobres como el verdadero tesoro de la Iglesia. Recuerdo de quienes les sirven en nombre del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 1,2-5.24-28

El día cinco del mes - era el año quinto de la deportación del rey Joaquín - la palabra de Yahveh fue dirigida al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzí, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar, y allí fue sobre él la mano de Yahveh. Yo miré: vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno, y en el medio como el fulgor del electro, en medio del fuego. Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana. Y oí el ruido de sus alas, como un ruido de muchas aguas, como la voz de Sadday; cuando marchaban, era un ruido atronador, como ruido de batalla; cuando se paraban, replegaban sus alas. Y se produjo un ruido. Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno, con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria de Yahveh. A su vista caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A partir de hoy la liturgia nos propone algunos pasajes del profeta Ezequiel. De él se sabe muy poco. Era un hombre casado y miembro de una familia sacerdotal que se había formado en el entorno del Templo de Jerusalén, pero que había vivido su ministerio de profeta sobre todo en la diáspora babilonia. En aquella situación el profeta tuvo que ayudar al pueblo de Israel a comprender nuevamente la alianza con Dios. La vocación de Ezequiel es un llamamiento que se produce dentro de la nueva situación de Israel. Dios siempre habla dentro de la historia de los hombres: quiere que pase de una situación de esclavitud a ser una historia de salvación. El profeta, con una cadena de descripciones de imágenes extraordinarias, describe una experiencia que lo aflige profundamente. En realidad, lo que describe Ezequiel es lo que le pasa a cada creyente, evidentemente a cada uno de manera distinta. El llamamiento a convertirse es siempre un cambio profundo de vida. Dios le pide a Ezequiel que lleve a cabo la misión de trabajar por el designio de salvación del Señor para el mundo. La importancia de dicho llamamiento hace que el profeta caiga "rostro en tierra". Tal es la grandeza de la vocación que el Señor pide a los profetas. Esa misma vocación es la que pedirá Jesús a los discípulos, a quienes llegará a decir: "El que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún" (Jn 14,12). Secundando la importancia de este llamamiento, también a nosotros se nos invita a descubrir el "temor del Señor", es decir a no devaluar el gran cometido que el Señor confía a los discípulos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.