ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 7 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Nahúm 2,1.3; 3,1-3.6-7

¡He aquí por los montes los pies del mensajero de buenas nuevas,
el que anuncia la paz!
Celebra tus fiestas, Judá,
cumple tus votos,
porque no volverá a pasar por ti Belial:
ha sido extirpado totalmente. Pues Yahveh restablece la viña de Jacob,
como la viña de Israel.
Devastadores la habían devastado,
habían destruido sus sarmientos. ¡Ay de la ciudad sanguinaria, mentira toda ella,
llena de rapiña,
de incesante pillaje! ¡Chasquido de látigos,
estrépito de ruedas!
¡Caballos que galopan,
carros que saltan, caballería que avanza,
llamear de espadas,
centellear de lanzas...
multitud de heridos,
montones de muertos,
cadáveres sin fin,
cadáveres en los que se tropieza! Arrojaré inmundicia sobre ti,
te deshonraré y te pondré como espectáculo. Y sucederá que todo el que te vea
huirá de ti y dirá:
"¡asolada está Nínive!
¿Quién tendrá piedad de ella?
¿Dónde buscarte consoladores?"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El libro de Nahúm, un texto profético muy breve que fue escrito a mediados del siglo VII antes de Cristo, reproduce oráculos contra la ciudad de Nínive, la orgullosa capital de Asiria, devastada y ocupada por la emergente potencia babilonia. El profeta lee aquellos acontecimientos como el justo juicio de Dios sobre uno de los enemigos más feroces que ha oprimido a Israel. La derrota del histórico enemigo es un motivo de alegría para el reino de Judá: "Celebra tus fiestas, Judá, cumple tus votos, que ya no volverá a pasar por ti Belial: ha sido extirpado del todo". Y aquí el profeta pronuncia su condena sobre Nínive, "ciudad sanguinaria, toda ella mentira, repleta de rapiña, de incesante pillaje". El profeta condena el sistema de corrupción que se instaura en la ciudad y que lleva no solo a destruir la convivencia sino también a condicionar la misma posibilidad de reconstruir una vida social. La corrupción no es simplemente la comisión de algún delito, sino la consolidación de un sistema de violencia y de abusos. "¡Chasquido de látigos, estrépito de ruedas! ¡Caballos que galopan, carros que saltan, caballería que avanza, llamear de espadas, centellear de lanzas... multitud de heridos, montones de muertos, cadáveres sin fin, se tropieza en cadáveres!" Sabemos que el papa Francisco arremete contra la corrupción porque comporta la destrucción de toda convivencia. Y llega incluso a decir que no hay perdón para quien la fomenta. Es indispensable convertirse a Dios. El Señor quiere la edificación de su pueblo, no el infierno que comporta la corrupción. Tras haber destruido al adversario, Dios reconstruye el futuro de su pueblo: "El Señor repara la viña de Jacob, como la viña de Israel. Devastadores la habían devastado, habían destruido sus sarmientos". Y anuncia: "¡Mirad por los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!". El Señor -anuncia el profeta- vuelve, libra a su pueblo de la opresión del enemigo, y le devuelve la paz.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.