ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XVIII del tiempo ordinario
Recuerdo del Porrajmos, el exterminio de los gitanos por obra de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano ejecutado en España en 1936.
Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 2 de agosto

XVIII del tiempo ordinario
Recuerdo del Porrajmos, el exterminio de los gitanos por obra de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano ejecutado en España en 1936.
Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar.


Primera Lectura

Isaías 55,1-3

¡Oh, todos los sedientos, id por agua,
y los que no tenéis plata, venid,
comprad y comed, sin plata,
y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan,
y vuestro jornal en lo que no sacia?
Hacedme caso y comed cosa buena,
y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí,
oíd y vivirá vuestra alma.
Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna:
las amorosas y fieles promesas hechas a David.

Salmo responsorial

Salmo 144 (145)

Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío,
y bendigo tu nombre para siempre jamás;

todos los días te bendeciré,
por siempre jamás alabaré tu nombre;

grande es Yahveh y muy digno de alabanza,
insondable su grandeza.

Una edad a otra encomiará tus obras,
pregonará tus proezas.

El esplendor, la gloria de tu majestad,
el relato de tus maravillas, yo recitaré.

Del poder de tus portentos se hablará,
y yo tus grandezas contaré;

se hará memoria de tu inmensa bondad,
se aclamará tu justicia.

Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y grande en amor;

bueno es Yahveh para con todos,
y sus ternuras sobre todas sus obras.

Te darán gracias, Yahveh, todas tus obras
y tus amigos te bendecirán;

dirán la gloria de tu reino,
de tus proezas hablarán,

para mostrar a los hijos de Adán tus proezas,
el esplendor y la gloria de tu reino.

Tu reino, un reino por los siglos todos,
tu dominio, por todas las edades.
(Nun.) Yahveh es fiel en todas sus palabras,
en todas sus obras amoroso;

Yahveh sostiene a todos los que caen,
a todos los encorvados endereza.

Los ojos de todos fijos en ti, esperan
que les des a su tiempo el alimento;

abres la mano tú
y sacias a todo viviente a su placer.

Yahveh es justo en todos sus caminos,
en todas sus obras amoroso;

cerca está Yahveh de los que le invocan,
de todos los que le invocan con verdad.

El cumple el deseo de los que le temen,
escucha su clamor y los libera;

guarda Yahveh a cuantos le aman,
a todos los impíos extermina.

¡La alabanza de Yahveh diga mi boca,
y toda carne bendiga su nombre sacrosanto,
para siempre jamás!

Segunda Lectura

Romanos 8,35.37-39

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 14,13-21

Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.» Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.» El dijo: «Traédmelos acá.» Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Al tocar tierra, Jesús vio que había una muchedumbre esperándole. Era gente inquieta, exhausta a causa del cansancio; gente que, sobre todo, buscaba un pastor, alguien que se ocupara de ella. El corazón de Jesús, tal como había sucedido muchas otras veces, no resistió la conmoción: curó a enfermos que le presentaron y luego, como de costumbre, se quedó con ellos y se puso a hablar y a enseñar. Estuvo así hasta la noche. Y todos le escuchaban. Cabe destacar que aquella muchedumbre carecía de pan, pero sobre todo carecía de palabras verdaderas sobre su vida, carecía de alguien que se inclinara ante ellos y ante sus enfermos. Por eso se quedó todo el día al lado de Jesús para escucharlo. Tenía razón Jesús cuando decía: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Viendo a toda aquella gente, los discípulos intentan que Jesús entre en razón: "El lugar está deshabitado, y la hora es ya avanzada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida". Era un comportamiento normal, incluso considerado. Pero Jesús dice: "No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer". Era una invitación a la responsabilidad de cada uno, contra el pensamiento tan arraigado que lleva a todos a decir: "¡Que cada uno piense en sí mismo!". El Señor pidió a sus discípulos un comportamiento totalmente distinto. No había que despedir a aquella muchedumbre. Eran ellos, los discípulos, los que debían ayudarla. El Señor dijo aquello sabiendo que los discípulos tenían poco en sus manos: apenas cinco panes y dos peces, o sea, prácticamente nada para cinco mil hombres. Y aun así, con aquel poco los discípulos tenían que responder a toda aquella gente sin despedir a nadie. Podríamos decir que el milagro empezaba ahí: si los discípulos ponen su debilidad con confianza en las manos del Señor, esa debilidad tiene la fuerza de multiplicar incluso el pan. La pobreza se convierte en abundancia.
En esta página del Evangelio está claro que el milagro es obra del Señor, Pero Jesús no lo lleva a cabo sin la ayuda de los discípulos. El Señor necesita nuestras manos, aunque sean débiles; necesita nuestros recursos, aunque sean modestos. Si todas las manos se unen a las del Señor, se convierten en fuente de riqueza. Ese es el significado de los doce canastos llenos de pan y de peces que sobraron: a cada discípulo, a cada uno de los doce, se le entrega uno de estos canastos para que sienta la grave y suave responsabilidad de repartir aquel pan que la misericordia de Dios ha multiplicado en sus manos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.