ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 10 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Oseas 14,2-10

Vuelve, Israel, a Yahveh tu Dios,
pues has tropezado por tus culpas. Tomad con vosotros palabras,
y volved a Yahveh.
Decidle: "Quita toda culpa;
toma lo que es bueno;
y en vez de novillos te ofreceremos nuestros labios. Asiria no nos salvará,
no montaremos ya a caballo,
y no diremos más "Dios nuestro" a la obra de nuestros
manos,
oh tú, en quien halla compasión el huérfano." - Yo sanaré su infidelidad,
los amaré graciosamente;
pues mi cólera se ha apartado de él, seré como rocío para Israel:
él florecerá como el lirio,
y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán,
como el del olivo será su esplendor,
y su fragancia como la del Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra;
harán crecer el trigo,
florecerán como la vid,
su renombre será como el del vino del Líbano. Efraím... ¿qué tiene aún con los ídolos?
Yo le atiendo y le miro.
Yo soy como un ciprés siempre verde,
y gracias a mí se te halla fruto. ¿Quién es sabio para entender estas cosas,
inteligente para conocerlas?:
Que rectos son los caminos de Yahveh,
por ellos caminan los justos,
mas los rebeldes en ellos tropiezan.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El libro de Oseas termina con esta apasionada invitación a volver al Señor: "Vuelve, Israel, al Señor tu Dios". El profeta, para evitar un retorno superficial sin el corazón, invita a Israel a preparar las palabras que dirá al Señor: no podemos presentarnos ante Dios de manera improvisada y con prisas. Ser conscientes de nuestro pecado, pedir perdón y tener en cuenta nuestra necesidad son las premisas indispensables para dejar que Dios entre en nuestro corazón y lo cure. Por eso el profeta exhorta: "preparaos unas palabras". El encuentro con Dios requiere interioridad, es decir, nos pide que seamos conscientes de nuestros límites y de la necesidad que tenemos de ser salvados. Y solo Dios puede salvarnos. Pensemos, por ejemplo, en el tormento interior que vivió el hijo pródigo del que habla el Evangelio de Lucas. La tristeza de su situación y la conciencia del pecado que cometió son indispensables para tomar la decisión de volver al padre. Aquel hijo prepara las palabras que dirá al volver, aunque luego su padre no le dejará ni siquiera pronunciarlas. El texto muestra claramente que la conversión comporta abandonar a los ídolos, así como renunciar a los instrumentos de guerra (los caballos) para elegir en su lugar los sacrificios espirituales a Dios que es misericordia: "Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo, y no diremos más "Dios nuestro" a la obra de nuestras manos, oh tú, que te apiadas del huérfano". El perdón y el amor que ofrece Dios obran el milagro: Israel recupera su salud y vive una nueva primavera en la que florecerá como el lirio, hundirá sus raíces como un árbol del Líbano, tendrá la belleza del olivo y volverá a sentarse a la sombra de Dios. La vida de quien convierte su corazón y vuelve al Señor es vista como un jardín exuberante y una fuente que puede dar cobijo y calmar la sed a todos los que se le acercan.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.