ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 1 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Amós 5,14-15.21-24

Buscad el bien, no el mal,
para que viváis,
y que así sea con vosotros Yahveh Sebaot,
tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien,
implantad el juicio en la Puerta;
quizá Yahveh Sebaot tenga piedad
del Resto de José. Yo detesto, desprecio vuestras fiestas,
no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos...
no me complazco en vuestras oblaciones,
ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos
cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones,
no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el juicio como agua
y la justicia como arroyo perenne!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las palabras del profeta Amós quieren desvelar y condenar la hipocresía de quienes oprimen a los pobres y piensan que actúan correctamente porque su culto sigue las reglas del templo. No puede existir un culto a Dios sin justicia hacia los pobres. Todos los profetas coinciden y son clarísimos a este respecto. Dios siente disgusto ante un pueblo que lo honra con los labios y con los ritos pero sin practicar la justicia y confortar a los pobres. El profeta Amós es durísimo: "Yo detesto, odio vuestras fiestas, no me aplacan vuestras solemnidades... ¡Que fluya, sí, el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!". Hay que tener mucho más en cuenta este llamamiento, que a menudo el mundo, que escucha poco el grito de los pobres, olvida porque solo se mira a sí mismo y busca a toda costa el bienestar individual. La invitación del profeta nos ayuda a encontrar el camino para que nuestra fe sea viva, eficaz: "Buscad el bien, no el mal. De ese modo viviréis, y estará con vosotros el Señor, tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien, implantad el derecho en la Puerta". No podemos ser cristianos sin tener en cuenta estas palabras proféticas. No podemos vivir como si el mal y la injusticia no existieran. Pero la denuncia no es suficiente. Debemos comprometernos a favor del bien, trabajar por la justicia. Nuestro amor por los pobres nace de un derecho que ellos no tienen, el de recibir amor y ayuda. Hacer el bien significa llevar a cabo la tarea de la creación, que el Señor quiso para el bien y para que todos pudiéramos participar en el bien de todos. Existe un pueblo de pobres que esperan que todos escuchen su grito y busquen con ellos el bien.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.