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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XIII del tiempo ordinario
Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyón y mártir (†202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 28 de junio

XIII del tiempo ordinario
Recuerdo de san Ireneo, obispo de Lyón y mártir (†202). Fue desde Anatolia hasta Francia para predicar el Evangelio.


Primera Lectura

2Reyes 4,8-11.14-16

Un día pasó Eliseo por Sunem; había allí una mujer principal y le hizo fuerza para que se quedara a comer, y después, siempre que pasaba, iba allí a comer. Dijo ella a su marido: "Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí." Vino él en su día, se retiró a la habitación de arriba, y se acostó en ella. Dijo él: "¿Qué podemos hacer por ella?" Respondió Guejazí: "Por desgracia ella no tiene hijos y su marido es viejo." Dijo él: "Llámala." La llamó y ella se detuvo a la entrada. Dijo él: "Al año próximo, por este mismo tiempo, abrazarás un hijo." Dijo ella: "No, mi señor, hombre de Dios, no engañes a tu sierva."

Salmo responsorial

Psaume 88 (89)

El amor de Yahveh por siempre cantaré,
de edad en edad anunciará mí boca tu lealtad.

Pues tú dijiste: "Cimentado está el amor por siempre,
asentada en los cielos mi lealtad.

Una alianza pacté con mi elegido,
un juramento hice a mi siervo David:

Para siempre jamás he fundado tu estirpe,
de edad en edad he erigido tu trono." Pausa.

Los cielos celebran, Yahveh, tus maravillas,
y tu lealtad en la asamblea de los santos.

Porque ¿quién en las nubes es comparable a Yahveh,
quién a Yahveh se iguala entre los hijos de los
dioses?

Dios temible en el consejo de los santos,
grande y terrible para toda su corte.

Yahveh, Dios Sebaot, ¿quién como tú?,
poderoso eres, Yahveh, tu lealtad te circunda.

Tú domeñas el orgullo del mar,
cuando sus olas se encrespan las reprimes; "

tú machacaste a Ráhab lo mismo que a un cadáver,
a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo.

Tuyo es el cielo, tuya también la tierra,
el orbe y cuanto encierra tú fundaste; "

tú creaste el norte y el mediodía,
el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre.

Tuyo es el brazo y su bravura,
poderosa tu mano, sublime tu derecha; "

Justicia y Derecho, la base de tu trono,
Amor y Verdad ante tu rostro marchan.

Dichoso el pueblo que la aclamación conoce,
a la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh; "

en tu nombre se alegran todo el día,
en tu justicia se entusiasman.

Pues tú eres el esplendor de su potencia,
por tu favor exaltas nuestra frente; "

sí, de Yahveh nuestro escudo;
del Santo de Israel es nuestro rey."

Antaño hablaste tú en visión
a tus amigos, y dijiste:
""He prestado mi asistencia a un bravo,
he exaltado a un elegido de mi pueblo."

He encontrado a David mi servidor,
con mi óleo santo le he ungido; "

mi mano será firme para él,
y mi brazo le hará fuerte.

No le ha de sorprender el enemigo,
el hijo de iniquidad no le oprimirá; "

yo aplastaré a sus adversarios ante él,
heriré a los que le odian.

Mi lealtad y mi amor irán con él,
por mi nombre se exaltará su frente; "

pondré su mano sobre el mar,
sobre los ríos su derecha.

El me invocará: ¡Tú, mi Padre,
mi Dios y roca de mi salvación! "

Y yo haré de él el primogénito,
el Altísimo entre los reyes de la tierra.

Le guardaré mi amor por siempre,
y mi alianza será leal con él; "

estableceré su estirpe para siempre,
y su trono como los días de los cielos.

Si sus hijos abandonan mi ley,
y no siguen mis juicios, "

si profanan mis preceptos,
y mis mandamientos no observan,

castigaré su rebelión con vara,
y su culpa con azote, "

mas no retiraré de él mi amor,
en mi lealtad no fallaré.

No violaré mi alianza,
no cambiaré lo que sale de mis labios; "

una vez he jurado por mi santidad:
¡a David no he de mentir!

Su estirpe durará por siempre,
y su trono como el sol ante mí, "

por siempre se mantendrá como la luna,
testigo fiel en el cielo."" Pausa. "

Pero tú has rechazado y despreciado,
contra tu ungido te has enfurecido; "

has desechado la alianza con tu siervo,
has profanado por tierra su diadema.

Has hecho brecha en todos sus vallados,
sus plazas fuertes en ruina has convertido; "

le han saqueado todos los transeúntes,
se ha hecho el baldón de sus vecinos.

A sus adversarios la diestra has exaltado,
a todos sus enemigos has llenado de gozo; "

has embotado el filo de su espada,
y no le has sostenido en el combate.

Le has quitado su cetro de esplendor,
y su trono por tierra has derribado; "

has abreviado los días de su juventud,
le has cubierto de ignominia. Pausa.

¿Hasta cuándo te esconderás, Yahveh?
¿arderá tu furor por siempre como fuego?

Recuerda, Señor, qué es la existencia,
para qué poco creaste a los hijos de Adán.

¿Qué hombre podrá vivir sin ver la muerte,
quién librará su alma de la garra del seol? Pausa.

¿Dónde están tus primeros amores, Señor,
que juraste a David por tu lealtad?

Acuérdate, Señor, del ultraje de tus siervos:
cómo recibo en mi seno todos los dardos de los
pueblos; "

así ultrajan tus enemigos, Yahveh,
así ultrajan las huellas de tu ungido.

¡Bendito sea Yahveh por siempre!
¡Amén! ¡Amén!

Segunda Lectura

Romanos 6,3-4.8-11

¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 10,37-42

«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. «Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí." Jesús pide a los discípulos un amor tan radical que supera el amor por sus familiares. Solo quien tiene este amor es "digno" del Señor. Hasta tres veces en pocas líneas se repite "ser digno de mí", una insistencia que contrasta con las palabras del centurión que repetimos en cada celebración eucarística: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa". Sí, ¿quién puede afirmar que es digno de acoger al Señor? Una mirada realista a la vida de cada uno de nosotros es suficiente para que nos demos cuenta de nuestra pequeñez y de nuestro pecado. Ser discípulo de Jesús no es fácil ni inmediato, y no se logra por pertenencia o por tradición. Uno es cristiano solo porque lo decide, no por nacimiento. Y el Evangelio nos dice cuál es la transcendencia de esa decisión. Los discípulos de Jesús son aquellos que están con Jesús sin reservas y compartiendo su destino, hasta identificarse con él. En ese sentido el discípulo se encuentra a sí mismo cuando encuentra a Jesús.
Eso es lo que significan las palabras que van a continuación: "El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará". Es una de las frases de Jesús más reproducidas (la encontramos hasta seis veces en los evangelios). Evidentemente la primera comunidad cristiana comprendió la importancia de esta frase y veía que se había hecho realidad en el mismo Jesús. Él "recuperó" su vida (en la resurrección) "perdiéndola" (es decir, dándola en la cruz). Es exactamente lo contrario de lo que normalmente piensa la gente, que cree ser feliz cuando se guarda para sí misma su vida, su tiempo, sus riquezas y sus intereses.
Las indicaciones a los discípulos en misión termina con algunas observaciones sobre la acogida que les dispensan. Es natural que el enviado espere que aquellos a los que ha sido enviado lo acojan. Jesús mismo lo espera para él e indica al motivo de fondo: "Quien a vosotros acoge, a mí me acoge, y quien me acoge a mí, acoge a Aquel que me ha enviado". En este versículo se condensa el porqué de la dignidad del discípulo: la total dependencia del Señor, hasta el punto de que su presencia significa la presencia misma de Jesús. Es evidente que se trata de acoger al discípulo como "profeta", es decir, como alguien que trae el Evangelio, que anuncia la Palabra de Dios, y no la suya. Y recibir la Palabra es la recompensa que el Señor promete a aquellos que acogen a sus discípulos. Jesús los llama también "pequeños". El discípulo, de hecho, no tiene ni oro ni plata, no tiene alforja ni dos túnicas, y debe caminar sin llevar sandalias ni bastón (Mt 10,9-10). Su única riqueza es el Evangelio, y frente al Evangelio también él es pequeño. El discípulo depende totalmente del Evangelio. Esta es la riqueza que debemos conservar; esta es la riqueza que debemos transmitir.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.