ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 28 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jeremías 11,18-20

Yahveh me lo hizo saber, y me enteré de ello. Entonces me descubriste, Yahveh, sus maquinaciones. Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones: "Destruyamos el árbol en su vigor; borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse." ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo,
que escrutas los riñones y el corazón!,
vea yo tu venganza contra ellos,
porque a ti he manifestado mi causa.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El profeta Jeremías fue llamado por Dios cuando era joven, con la misión de exhortar al pueblo a volver al Señor. El profeta no habla desde sí mismo, ni siquiera desde sus reflexiones. Él interpreta la situación del pueblo con la mirada de Dios sobre la historia. La denuncia de las culpas de Israel y de las consiguientes traiciones de la alianza es parte de la profecía, que revela a los ojos del profeta lo que deberá decir a todo el pueblo. El anuncio profético suscita una fuerte oposición. En realidad es lo que le sucede a todos los profetas. Muchos odian a Jeremías por sus palabras. Oprimido por su propia gente, víctima inocente, el profeta se compara con un cordero manso que es conducido al matadero, imagen que evoca el cuarto canto del Siervo sufriente (Is 53, 7), que se refiere al mesías, también él perseguido. Aunque postrado por el sufrimiento, Jeremías continúa presentando con fe su causa al Señor. Sabe que Dios es un juez justo que "escruta los riñones y el corazón". Estas palabras, a través del ejemplo de Jeremías, nos ayudan a comprender la historia de Jesús. En él vemos a todos los profetas de ayer y de hoy que, a pesar de la oposición del maligno, continúan dando testimonio del amor y predicando la paz incluso a costa de su vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.