ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la Eucaristía. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Martes 24 de marzo

Recuerdo de san Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la Eucaristía. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ezequiel 47,1-9.12

Me llevó a la entrada de la Casa, y he aquí que debajo del umbral de la Casa salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho. El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos. Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura. Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. Entonces me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?" Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente. Y a volver vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles, a ambos lados. Me dijo: "Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina."

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

A través de esta visión del profeta Ezequiel la Palabra de Dios nos muestra el destino hacia el que nos encaminamos, el sueño que el Señor tiene para nosotros. Ante nuestros ojos aparecen Jerusalén y el templo. El agua mana abundante desde el templo y fluye para vivificar lo que encuentra. En el lenguaje bíblico, el agua que fluye y que riega la tierra árida transformándola en un jardín exuberante es el símbolo del poder de Dios, que transforma la aridez de los corazones de los hombres haciéndolos no solo capaces de acoger el propio sueño de Dios, sino de convertirse en servidores activos. En el Evangelio de Juan es Jesús mismo quien se muestra como el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu: "Jesús puesto en pie, gritó: "Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva"" (Jn 7,37-38). Y de nuevo, mientras estaba en la cruz, el evangelista observa: "Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua" (Jn 19,34). Mientras nos encaminamos hacia la Pascua, esta página del profeta nos exhorta a no alejarnos, especialmente estos días, de la fuente de la Palabra de Dios, para poder comprender y acoger con mayor rapidez en nuestros corazones el misterio de amor que celebraremos en Semana Santa. Estos días un río de agua viva se derramará para nosotros y para el mundo. Dejémonos arrastrar por el amor de Jesús, que por amarnos sube hasta la cruz. El ejemplo de san Óscar Romero, asesinado sobre el altar porque defendía a los pobres, es un testimonio luminoso para todos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.