ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 1 de marzo

I de Cuaresma


Primera Lectura

Génesis 2,7-9; 3,1-7

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?" Respondió la mujer a la serpiente: "Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte." Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.

Salmo responsorial

Salmo 50 (51)

Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,
por tu inmensa ternura borra mi delito,

lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.

Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;

contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.
Por que aparezca tu justicia cuando hablas
y tu victoria cuando juzgas.

Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.

Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo secreto me enseñas la sabiduría.

Rocíame con el hisopo, y seré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.

Devuélveme el son del gozo y la alegría,
exulten los huesos que machacaste tú.

Retira tu faz de mis pecados,
borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,
un espíritu firme dentro de mí renueva;

no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.

Vuélveme la alegría de tu salvación,
y en espíritu generoso afiánzame;

enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia;

abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.

Pues no te agrada el sacrificio,
si ofrezco un holocausto no lo aceptas.

El sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo
desprecias.

¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!

Entonces te agradarán los sacrificios justos,
- holocausto y oblación entera -
se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.

Segunda Lectura

Romanos 5,12-19

Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; - porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir... Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos! Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación. En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 4,1-11

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» Mas él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»
Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará,
y en sus manos te llevarán,
para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.» Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás,
y sólo a él darás culto.»
Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

Las cenizas recibidas el miércoles pasado nos han recordado que somos polvo: es polvo nuestro orgullo, nuestra seguridad, nuestro deseo de prevalecer, nuestro protagonismo, nuestro afanarnos por nosotros mismos. Abrahán, en la hora de la intercesión, dijo al Señor: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza!". De aquel polvo nacía una oración para salvar la ciudad. El Señor se inclinó hacia Abrahán y escuchó su oración. Distinta es la situación narrada al comienzo del libro del Génesis, y que se refiere a Adán y Eva. Dios les había puesto en un jardín que él mismo había plantado, para que vivieran en la alegría y la paz. Pero ellos olvidaron que eran débiles, como el polvo, y prefirieron escuchar a la serpiente tentadora que les empujaba a ocupar el puesto mismo de Dios. Su corazón se llenó de orgullo y desobedecieron a Dios. Así acabaron fuera del jardín, solos consigo mismos, desnudos y llenos de miedo.
Esta antigua historia no se limita al origen del mundo; en realidad es la historia banal y triste del hombre cada vez que elige seguir las insinuaciones del orgullo y de la satisfacción por uno mismo, olvidando la compañía de Dios y su Palabra. De ese modo se acaba siempre desnudo de afecto, de amistad, del sentido mismo de la vida. El jardín que Dios había plantado se convierte en un desierto de vida y de amor.
El Señor, sin embargo, no abandona a su pueblo, sino que va tras él hasta alcanzarlo en el desierto. Es lo que el Evangelio nos anuncia hoy. Jesús ha ido al desierto y se ha quedado allí por cuarenta días. No fue una elección autónoma de Jesús: "Fue llevado por el Espíritu" que había recibido en el bautismo. Por otra parte, Jesús no había venido para cumplir su voluntad sino la del Padre. La obediencia de Jesús era necesaria para darle un curso distinto a la historia humana, marcada por la desobediencia de Adán. Jesús, el obediente al Padre, ha venido a nosotros y nos pide que le acompañemos en estos cuarenta días. Las tres tentaciones indican la constancia del tentador en el asediar a Jesús, y la indispensable lucha que se debe emprender. El diablo, escribe el evangelista, se acercó a Jesús cuando estaba ya extenuado después de cuarenta días de ayuno, empujándole a transformar las piedras en pan. Jesús habría tenido motivos más que suficientes para ceder. ¿No se debe pensar primero en uno mismo antes que en los demás? Pero Jesús -que después multiplicará el pan para cinco mil- no piensa en alimentarse a sí mismo. Más bien responde al tentador con la única fuerza verdadera del creyente, la que brota de la Palabra de Dios. Solo ella alimenta de verdad el corazón y derrota la búsqueda del bienestar para uno mismo: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).
Jesús se deja llevar al pináculo del templo. "Tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna." Es la tentación de afrontar la vida sin el cansancio de caminar con los demás, es la tentación del protagonismo, de no ver a nadie más que a uno mismo. El Señor no quita la responsabilidad de trabajar junto a los hermanos y hermanas.
El tentador continúa. Tras haber llevado a Jesús a la cima de un monte y mostrarle "todos los reinos del mundo y su gloria", le dice: "Todo esto te daré". Es la tentación del poder, de poseer las cosas. Jesús proclama su libertad afirmando que solo se postra uno ante Dios. "Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y solo a él darás culto."v En cambio, ¡cuántas veces los hombres acumulan cosas pensado usarlas para sí mismos, y acaban finalmente siendo sus esclavos! En el desierto de nuestro mundo Jesús viene a reafirmar el primado de Dios y de su reino de amor. Con el Evangelio, que se nos repropone continuamente, a nosotros y al mundo, podemos derrotar el mal. También hoy, si vivimos este tiempo como Jesús vivió aquellos cuarenta días, el desierto se poblará de hombres y mujeres que, como ángeles, se acerquen a los débiles y los pobres, y les sirvan. Este tiempo es oportuno para estar junto al Señor, imitarlo en su lucha contra el mal, y transformar así el desierto en un jardín de consolación y de amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.