ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 29 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 58,9b-14

repartes al hambriento tu pan,
y al alma afligida dejas saciada,
resplandecerá en las tinieblas tu luz,
y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará Yahveh de continuo,
hartará en los sequedales tu alma,
dará vigor a tus huesos,
y serás como huerto regado,
o como manantial
cuyas aguas nunca faltan. Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas,
levantarás los cimientos de pasadas generaciones,
se te llamará Reparador de brechas,
y Restaurador de senderos frecuentados. Si apartas del sábado tu pie,
de hacer tu negocio en el día santo,
y llamas al sábado "Delicia",
al día santo de Yahveh "Honorable",
y lo honras evitando tus viajes,
no buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahveh,
y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la
tierra.
Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre;
porque la boca de Yahveh ha hablado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El tiempo del ayuno que el pueblo está haciendo debe convertirse en un tiempo oportuno para eliminar "todo yugo", acabar con el "apuntar con el dedo" y el "hablar maldad", para abrir el corazón "al hambriento" "y al alma afligida dejar saciada". El ayuno separado de la misericordia no lleva a Dios, ni garantiza una vida digna. Por tanto, es necesario ayunar de uno mismo, del propio orgullo, y este ayuno no nos quita nada de nuestra vida, sino que creará espacios de misericordia. Es la experiencia que el profeta describe como la reconstrucción de una ciudad destruida: "Se te llamará Reparador de brechas, y Restaurador de senderos frecuentados". Si realizamos este ayuno de nosotros mismos, y en consecuencia ponemos en práctica la atención solícita y la solidaridad hacia los oprimidos y los pobres, cada discípulo será luz para el mundo y serán curadas sus heridas. El momento culminante de este ayuno se muestra cuando se pone en el centro de la propia vida el sábado, el día del Señor. Para los cristianos es el día de la resurrección de Jesús, el día de la Pascua, cuando el Señor culmina la creación mediante la resurrección de Jesús de entre los muertos. La oración vespertina de cada día, en la que somos alimentados por la predicación de la Palabra de Dios, se convierte en el corazón de nuestras jornadas. La Palabra de Dios ilumina nuestros pasos y nos hace reencontrar la orientación de nuestra vida. Como escribe el profeta: "Te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra" para vislumbrar ya desde ahora el destino de gloria al que todos estamos llamados.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.