ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 28 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 58,1-9a

Clama a voz en grito, no te moderes;
levanta tu voz como cuerno
y denuncia a mi pueblo su rebeldía
y a la casa de Jacob sus pecados. A mí me buscan día a día
y les agrada conocer mis caminos,
como si fueran gente que la virtud practica
y el rito de su Dios no hubiesen abandonado.
Me preguntan por las leyes justas,
la vecindad de su Dios les agrada. - ¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves?
¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes?
- Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro
negocio
y explotabais a todos vuestros trabajadores. Es que ayunáis para litigio y pleito
y para dar de puñetazos a malvados.
No ayunéis como hoy,
para hacer oír en las alturas vuestra voz. ¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero
el día en que se humilla el hombre?
¿Había que doblegar como junco la cabeza,
en sayal y ceniza estarse echado?
¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero:
desatar los lazos de maldad,
deshacer las coyundas del yugo,
dar la libertad a los quebrantados,
y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan,
y a los pobres sin hogar recibir en casa?
¿Que cuando veas a un desnudo le cubras,
y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora,
y tu herida se curará rápidamente.
Te precederá tu justicia,
la gloria de Yahveh te seguirá. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá,
pedirás socorro, y dirá: "Aquí estoy."
Si apartas de ti todo yugo,
no apuntas con el dedo y no hablas maldad,

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Tras el exilio en Babilonia, el ayuno era una práctica ascética que implicaba a todo el pueblo, encaminada a redescubrir el primado de Dios en la vida. Es una práctica análoga a la que pide la Iglesia a los cristianos en el tiempo de Cuaresma. Se trata de recuperar el primado de Dios tanto en la vida personal como en la de la comunidad. Las palabras del profeta Isaías condenan una oración ritual y un ayuno que están desconectados del amor hacia los pobres, de la práctica de la justicia. "¿Así ha de ser el ayuno que yo elija?", dice el Señor. No es posible buscar la comunión con Dios sin practicar la justicia y sin el amor por los oprimidos y los pobres. El profeta advierte que el Señor es sordo ante la oración del hombre egoísta que solo busca su propio interés, tal vez hasta oprimiendo a sus obreros y alimentando peleas y contiendas en su propio beneficio. En una sucesión creciente de afirmaciones, Isaías indica al hombre religioso cuál es el ayuno agradable a Dios: socorrer y amar a los pobres, liberar a los oprimidos del yugo de cualquier tipo de esclavitud, compartir el pan e incluso la vida con el que pasa hambre, socorrer a los míseros, vestir a los que están desnudos. Y cuando invita: "De tu semejante no te apartes", parece indicar un gran sueño que se realizará plenamente en Jesús. Los pobres no son objeto de nuestros servicios, sino "nuestra carne", es decir, son parte de nuestra familia, son nuestros hermanos, "nuestros parientes". No es algo natural considerar de esta forma a los pobres, sobre todo en una cultura individualista como la nuestra. Es necesario hoy escuchar la Palabra de Dios para poder acoger en nuestro corazón la misma compasión del Señor por los pobres y los débiles. Quien los acoge en su corazón puede dirigir su oración al Señor y esperar con confianza una respuesta llena de misericordia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.