ORACIÓN CADA DÍA

Miércoles de ceniza
Palabra de dios todos los dias

Miércoles de ceniza

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Libretto DEL GIORNO
Miércoles de ceniza
Miércoles 26 de febrero

Miércoles de Ceniza


Primera Lectura

Joel 2,12-18

Mas ahora todavía - oráculo de Yahveh -
volved a mí de todo corazón,
con ayuno, con llantos, con lamentos. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos,
volved a Yahveh vuestro Dios,
porque él es clemente y compasivo,
tardo a la cólera, rico en amor,
y se ablanda ante la desgracia. ¡Quién sabe si volverá y se ablandará,
y dejará tras sí una bendición,
oblación y libación
a Yahveh vuestro Dios! ¡Tocad el cuerno en Sión,
promulgad un ayuno,
llamad a concejo, congregad al pueblo,
convocad la asamblea,
reunid a los ancianos,
congregad a los pequeños
y a los niños de pecho!
Deje el recién casado su alcoba
y la recién casada su tálamo. Entre el vestíbulo y el altar lloren
los sacerdotes, ministros de Yahveh,
y digan: "¡Perdona, Yahveh, a tu pueblo,
y no entregues tu heredad al oprobio
a la irrisión de las naciones!
¿Por qué se ha de decir entre los pueblos:
¿Dónde está su Dios?" Y Yahveh se llenó de celo por su tierra,
y tuvo piedad de su pueblo.

Salmo responsorial

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Segunda Lectura

Segunda Corintios 5,20-6,2

Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él. Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 6,1-6.16-18

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

Comienza hoy la Cuaresma, y la liturgia nos transmite la ardiente invitación de Dios: "Volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos y con duelo" (2,12). Preocupado por la insensibilidad del pueblo de Israel, el profeta Joel añade: "Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved al Señor, vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, lento a la cólera, rico en amor, y se retracta de las amenazas" (Jl 2,13). La Cuaresma es el tiempo oportuno para volver a Dios, y comprender de nuevo el sentido mismo de la vida. La liturgia sale a nuestro encuentro con el antiguo signo de la ceniza. Mientras pone un pequeño puñado de cenizas sobre la cabeza, el sacerdote dice: "Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás".
Es la verdad sobre nuestra vida: todos somos polvo, débiles y frágiles. Con facilidad nos alzamos, olvidando que somos poca cosa. Y quien se yergue y se siente fuerte, pronto se descubre débil. La ceniza sobre nuestra cabeza nos recuerda nuestra debilidad, pero no para aumentar el miedo o la tristeza sino al contrario, para decirnos que Dios ama esta debilidad que somos, que la ha elegido para realizar su proyecto de amor y de paz para el mundo entero.
Los cristianos estamos llamados a ser centinelas de paz en los lugares en que vivimos y trabajamos. Se nos pide vigilar, para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, la mentira, la violencia y el conflicto. El ayuno y la oración nos hacen centinelas atentos y vigilantes para que no venza el sueño de la resignación, que nos hace considerar los conflictos como inevitables; para que no venza el sueño de la complicidad con el mal que continúa oprimiendo al mundo; para que sea derrotado de raíz el sueño del realismo perezoso que hace replegarse sobre uno mismo y sus propios intereses. En el Evangelio que hemos escuchado Jesús mismo exhorta a los discípulos a ayunar y a rezar para despojarnos de toda soberbia y arrogancia, y disponernos a recibir los dones de Dios. Nuestras fuerzas no bastan por sí solas para alejar el mal; necesitamos invocar la ayuda del Señor. Él -como le gustaba decir a Bonhoeffer- nos hace no solo buenos sino también fuertes, para que el amor venza sobre el mal y la paz sobre la guerra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.