ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 14 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 48,1-4.9-11

Después surgió el profeta Elías como fuego,
su palabra abrasaba como antorcha. El atrajo sobre ellos el hambre,
y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos,
e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos!
¿quién puede jactarse de ser igual que tú? en torbellino de fuego fuiste arrebatado
en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros,
para calmar la ira antes que estallara,
para hacer volver el corazón de los padres a los
hijos,

y restablecer las tribus de Jacob. Felices aquellos que te vieron
y que se durmieron en el amor,
que nosotros también viviremos sin duda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ya en el corazón del camino del Adviento, la liturgia nos presenta un pasaje del libro del Eclesiástico que retoma el pasaje evangélico de hoy (Mt 17,10-13). Bajando del monte después de la Transfiguración, Jesús habla de la tradición que consideraba al gran profeta Elías precursor del Mesías. Y Jesús confirma que Elías ya ha venido, pero se refería a Juan Bautista. El Eclesiástico, sin embargo, escribe: "Surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha". El pueblo de Dios había endurecido su corazón y se había obstinado en vivir con comportamientos que lo llevaban lejos de la alianza con el Señor. Es una experiencia que no se refiere solo al antiguo Israel. Se refiere también a nosotros. El Señor sigue hablándonos también a nosotros -como en todo tiempo de la Historia y de la vida. Debemos preguntarnos por qué no nos dejamos tocar el corazón por las palabras del Señor que siempre sugieren cosas nuevas. Si escuchamos con fe la Palabra de Dios descubriremos que nos revela cada vez más su sueño. Decía bien san Juan XXIII a quien lo criticaba por su mirada profética: "no es el Evangelio que cambia, somos nosotros que lo comprendemos mejor". Si el Evangelio ya no nos sorprende, si no cambia nuestro corazón, es porque nuestro corazón se ha endurecido en la seguridad de nosotros mimos, aunque incluso esté marcada por costumbres religiosas. Perdemos así la oportunidad de asombrarnos por la extraordinaria novedad de vida que la Palabra comunica. Elías es la Palabra de Dios que el Señor hace resonar nuevamente en nuestros oídos en este tiempo necesitado de gran renovación. La predicación que recibimos en este tiempo sigue cayendo "tres veces", como el fuego, en el corazón de los hombres. ¿Acaso no hay un fuego que se enciende y que "reconcilia a los padres con los hijos"? Este es el fuego que la predicación del Evangelio enciende en la predicación del papa Francisco. Y dichosos nosotros si nos dejamos llevar por este fuego de la profecía: toda laceración será curada y la fraternidad restablecida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.