ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 9 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 35,1-10

Que el desierto y el sequedal se alegren,
regocíjese la estepa y la florezca como flor; estalle en flor y se regocije
hasta lanzar gritos de júbilo.
La gloria del Líbano le ha sido dada,
el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Se verá la gloria de Yahveh,
el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles,
afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo:
¡Animo, no temáis!
Mirad que vuestro Dios
viene vengador;
es la recompensa de Dios,
él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo,
y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.
Pues serán alumbradas en el desierto aguas,
y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque,
y el país árido en manantial de aguas.
En la guarida donde moran los chacales
verdeará la caña y el papiro. Habrá allí una senda y un camino,
vía sacra se la llamará;
no pasará el impuro por ella,
ni los necios por ella vagarán. No habrá león en ella,
ni por ella subirá bestia salvaje,
no se encontrará en ella;
los rescatados la recorrerán. Los redimidos de Yahveh volverán,
entrarán en Sión entre aclamaciones,
y habrá alegría eterna sobre sus cabezas.
¡Regocijo y alegría les acompañarán!
¡Adiós, penar y suspiros!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo 35 del libro de Isaías concluye con un canto de alegría las palabras proféticas dirigidas a Jerusalén y a Judá. ¿Por qué alegrarse en un tiempo difícil? Es más fácil resignarse, tener "las manos débiles y las rodillas vacilantes", como quien no cree en la posibilidad de poder ser todavía útil para construir un futuro mejor, como quien tiene el "corazón intranquilo". ¡Cuántos ancianos, cuánta gente frágil y pobre siente el peso de la inutilidad! Pero el Señor no deja solo a su pueblo, no quiere que venza la resignación. Su palabra invita a la esperanza, pide mirar al futuro y a la obra que Dios todavía puede realizar. No todo está en nuestras manos, pero nosotros podemos contribuir a mejorar el mundo escuchando al Señor, creyendo en el milagro de su Palabra que, si es acogida, cambia la historia: "Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene". Su palabra transforma los hombres y la historia: "se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán ... saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo". ¿Cómo no fiarse de la promesa de Dios en este tiempo difícil en que el mal parece prevalecer dejándonos sin esperanza y sin respuestas? Si nos hemos extraviado detrás de nosotros mismos, si hemos dado la razón a la resignación, si hemos confiado en quien está acostumbrado solo a lamentarse y a tomarla con los demás, si a veces hemos echado a los pobres la culpa de nuestro malestar y de las dificultades de nuestro tiempo, ha llegado el momento de retractarse, confiando al Señor nuestras incertidumbres y nuestras dudas. Él no nos dejará solos ni sin respuestas. Pero es necesario "creer", es decir, confiar en su Palabra, escucharla y ponerla en práctica. Hay un futuro, hay una esperanza para los de corazón extraviado. A nosotros se nos ha concedido "ver la gloria del Señor" desde ahora.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.