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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XIII del tiempo ordinario
Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 30 de junio

XIII del tiempo ordinario
Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón.


Primera Lectura

1Reyes 19,16.19-21

Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar. Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima. El abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: "Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré." Le respondió: "Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?" Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio.

Salmo responsorial

Salmo 15 (16)

Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio.

"Yo digo a Yahveh: ""Tú eres mi Señor.
mi bien, nada hay fuera de ti""; "

"ellos, en cambio, a los santos que hay en la tierra:
""¡Magníficos, todo mi gozo en ellos!""."

Sus ídolos abundan, tras ellos van corriendo.
Mas yo jamás derramaré sus libámenes de sangre,
jamás tomaré sus nombres en mis labios.

Yahveh, la parte de mi herencia y de mi copa,
tú mi suerte aseguras;

la cuerda me asigna un recinto de delicias,
mi heredad es preciosa para mí.

Bendigo a Yahveh que me aconseja;
aun de noche mi conciencia me instruye;

pongo a Yahveh ante mí sin cesar;
porque él está a mi diestra, no vacilo.

Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan,
y hasta mi carne en seguro descansa;

pues no has de abandonar mi alma al seol,
ni dejarás a tu amigo ver la fosa.

Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro,
a tu derecha, delicias para siempre.

Segunda Lectura

Gálatas 5,1.13-18

Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,51-62

Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El Evangelio nos presenta a Jesús en un momento crucial de su vida. Escribe el evangelista que se acercaban los días de su "asunción". Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén (literalmente: "endureció su rostro hacia Jerusalén").
El evangelista reproduce a continuación los primeros pasos de ese viaje. El primero narra la reacción de dos discípulos que quieren destruir un pueblo de samaritanos que no han querido acoger al Señor y a sus discípulos. Pero Jesús se da la vuelta, como indicando que esta actitud no permite avanzar, y les reprende. El Evangelio es ajeno a toda mentalidad violenta. Seguir el Evangelio significa aceptar el manto de Jesús, es decir, su espíritu, y avanzar. Esta página evangélica repite tres veces la invitación de seguir a Jesús. El discípulo es aquel que, llevando a hombros el manto que le ha dado el Señor, sigue.
Así, a quien se le presenta y le dice: "Te seguiré adondequiera que vayas", Jesús le contesta: "Las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Seguir a Jesús no es fruto de un impulso personal que quizás pretenda obtener algún privilegio. El Hijo del hombre no tiene un hogar estable, pero busca en todas partes un lugar donde lo acojan. A través de las paradojas del funeral del padre y del saludo a la familia que Jesús prohíbe a quienes quieren seguirle, Jesús reivindica la primacía del Reino. Jesús no quiere impedir actos de piedad y de humanidad. En absoluto. Lo que hace es afirmar con claridad inequívoca la primacía absoluta del Evangelio sobre nuestra vida. No se trata de una pretensión del más fuerte. Muchas veces el equilibrio que mostramos cuando hacemos un juicio oculta el desprecio de los débiles para salvar nuestra distancia, para evitar involucrarnos. Jesús sabe que no hay compasión sin su amor, que no hay libertad fuera de su camino hacia Jerusalén: o somos libres como él, o nos convertimos en esclavos de los numerosos señores de este mundo y, muchas veces, el primer señor es nuestro yo. Jesús quiere que seamos libres. Por eso nos pide que renunciemos a vivir para nosotros mismos, para vincular nuestra vida a la causa del reino del cielo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.