ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oración por los cristianos de Irak. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 28 de mayo

Recuerdo de los santos Addai y Mari, fundadores de la Iglesia caldea. Oración por los cristianos de Irak.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 16,22-34

La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas. Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo. Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.» El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.» Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchos de los primeros cristianos terminaban en la cárcel. Cada vez que los enemigos del Evangelio quieren hacer callar la predicación encarcelan a los discípulos de Jesús. Podríamos decir que existe una extraña cercanía entre el Evangelio y la cárcel. Tal vez por eso Mateo reitera la obligación de que todos, no solo los discípulos, visiten a los presos. Para los cristianos fue algo habitual en las primeras décadas del cristianismo. Pero también pasó lo mismo más tarde, y de manera masiva durante los totalitarismos del siglo XX con los gulags y los campos de exterminio. Por eso es especialmente significativo que en nuestro tiempo los cristianos lleven consuelo a las cárceles, sobre todo a aquellas en las que la vida es más inhumana. Pablo y Silas provocaron un temblor no solo en las paredes y en las cadenas sino también en el corazón del carcelero y de toda su familia, hasta el punto de que se convirtieron al Evangelio. El amor cambia incluso lo que parece imposible; y cada vez que se pone en práctica el Evangelio todos somos testigos de milagros que nos parecían inimaginables. Esta historia sobre cómo llegó el Evangelio a Europa revive lo que le pasó a Jesús: el Evangelio siempre encuentra oposición, pero siempre da frutos de liberación. En ese sentido el cristianismo requiere siempre una lucha que es ante todo interior, es decir, que empieza en el corazón de cada persona, porque cuando empezamos a cambiar nuestro corazón empieza a cambiar el mundo. En el corazón se libra la primera batalla entre el orgullo y el Evangelio, entre el amor por uno mismo y el amor por los demás. Así empieza a transformarse el mundo. Cada vez que dejamos que el Evangelio se afiance en nuestro corazón vemos inmediatamente los frutos que da en quien está a nuestro lado. Cada uno de nosotros podemos vivir lo mismo que vivieron Pablo y Silas con el carcelero y su familia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.