ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 28 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jeremías 7,23-28

Lo que les mandé fue esto otro: "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien." Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara; desde la fecha en que salieron vuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy, os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente. Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres. Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Esta es la nación que no ha escuchado la voz de Yahveh su Dios, ni ha querido aprender. Ha perecido la lealtad, ha desaparecido de su boca.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El profeta Jeremías retoma casi al pie de la letra la exhortación de Dios dirigida a Moisés: "Escuchad mi voz" (v. 23). Por desgracia, como le ocurrió a menudo al pueblo de Israel y nos ocurre también a nosotros, es fácil no escuchar. Esto sucede cuando ponemos nuestra confianza en nuestras propias convicciones, en nuestras costumbres. En esos momentos no nos confiamos al Señor, quien sin embargo no deja de enviar a sus profetas para sacudir la sordera de las orejas y la dureza de los corazones de los israelitas. Así le sucede a Jeremías. El Señor sabe que difícilmente le escucharán: "Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Los llamarás y no te responderán" (v. 27). Dios conoce muy bien nuestra debilidad, nuestra testarudez, pero no se resigna: continúa teniendo la ambición de cambiar nuestro corazón, de ensanchar nuestra mente, de hacernos partícipes de sus pensamientos y su obra. Y para cambiarnos emplea incluso la dureza. Por eso pide a Jeremías que hable al pueblo con claridad, sin esconder nada. La insistencia del Señor en enviar a los profetas es similar a la del sembrador de la parábola evangélica, que no deja de salir a sembrar la semilla por todas partes, con la esperanza de que no sólo arraigue sino que incluso dé fruto abundante. Es una página que nos concierne muy de cerca. Estemos pues atentos a escuchar la voz del Señor, a conservarla en el corazón y a ponerla en práctica. Es así como ha elegido instaurar su reino.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.