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Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III de Cuaresma
Recuerdo de San Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la Eucaristía. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 24 de marzo

III de Cuaresma
Recuerdo de San Óscar Arnulfo Romero, mártir, asesinado en 1980 sobre el altar durante la celebración de la Eucaristía. Recuerdo de la masacre de las Fosas Ardeatinas que tuvo lugar en 1944 en Roma, donde los nazis asesinaron a 335 personas.


Primera Lectura

Éxodo 3,1-8.13-15

Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Dijo, pues, Moisés: "Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza." Cuando vio Yahveh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo: "¡Moisés, Moisés!" El respondió: "Heme aquí." Le dijo: "No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada." Y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob." Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. Dijo Yahveh: "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos. Contestó Moisés a Dios: "Si voy a los israelitas y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?" Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy." Y añadió: "Así dirás a los israelitas: "Yo soy" me ha enviado a vosotros." Siguió Dios diciendo a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación."

Salmo responsorial

Psaume 102 (103)

Bendice a Yahveh, alma mía,
del fondo de mi ser, su santo nombre,

bendice a Yahveh, alma mía,
no olvides sus muchos beneficios.

El, que todas tus culpas perdona,
que cura todas tus dolencias,

rescata tu vida de la fosa,
te corona de amor y de ternura,

satura de bienes tu existencia,
mientras tu juventud se renueva como el águila.

Yahveh, el que hace obras de justicia,
y otorga el derecho a todos los oprimidos,

manifestó sus caminos a Moisés,
a los hijos de Israel sus hazañas.

Clemente y compasivo es Yahveh,
tardo a la cólera y lleno de amor;

no se querella eternamente
ni para siempre guarda su rencor;

no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.

Como se alzan los cielos por encima de la tierra,
así de grande es su amor para quienes le temen;

tan lejos como está el oriente del ocaso
aleja él de nosotros nuestras rebeldías.

Cual la ternura de un padre para con sus hijos,
así de tierno es Yahveh para quienes le temen;

que él sabe de qué estamos plasmados,
se acuerda de que somos polvo.

¡El hombre! Como la hierba son sus días,
como la flor del campo, así florece;

pasa por él un soplo, y ya no existe,
ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle.

Mas el amor de Yahveh desde siempre hasta siempre
para los que le temen,
y su justicia para los hijos de sus hijos,

para aquellos que guardan su alianza,
y se acuerdan de cumplir sus mandatos.

Yahveh en los cielos asentó su trono,
y su soberanía en todo señorea.

Bendecid a Yahveh, ángeles suyos,
héroes potentes, ejecutores de sus órdenes,
en cuanto oís la voz de su palabra.

Bendecid a Yahveh, todas sus huestes,
servidores suyos, ejecutores de su voluntad.

Bendecid a Yahveh, todas sus obras,
en todos los lugares de su imperio.
¡Bendice a Yahveh, alma mía!

Segunda Lectura

Primera Corintios 10,1-6.10-12

No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron. Ni murmuréis como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador. Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 13,1-9

En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.» Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

La Liturgia de este domingo se abre con la narración de la experiencia de Moisés en el monte Horeb. Moisés -narra el libro del Éxodo- estaba apacentando el rebaño del suegro y llegó hasta el Horeb. Allí "el ángel del Señor se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza": era un fuego que quemaba pero no consumía. Así sucede con la Palabra de Dios: quema nuestra vida, pero no la destruye; nos inquieta pero no nos aniquila.
Y el Señor le dijo: "Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios". Moisés se encontraba ante una zarza de amor, un fuego que quería liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Y el Señor, ardiendo de amor por su pueblo, le pide a Moisés que le ayude. En el Horeb Dios se manifestó a Moisés como un Dios que está cercano y que acompaña, sin abandonar jamás. La definición que Dios dio de sí mismo en el Horeb llega en Jesús a su culminación: Jesús es la zarza ardiente definitiva ("He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!", Lc 12, 49). Y es él quien dijo a sus discípulos: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
La página evangélica nos presenta a Jesús, que por su pueblo hace como el viñador, que intercede ante el amo para salvar una higuera. Durante años el árbol no ha dado fruto y el amo, indignado, quiere cortarlo. El viñador insiste para que espere un poco más. La súplica llega al corazón del amo y lo convence. Jesús, con esta parábola no hace otra cosa que describir nuestra vida, que a menudo no da fruto pero que es salvada por su misericordia. Jesús se ha convertido en defensor de cada uno de nosotros. Él nos pide que también nosotros nos dejemos tocar el corazón, y la Cuaresma es un tiempo oportuno para dejarnos tocar el corazón por el Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.